Se tocaron tanto, tanto se manosearon que se confundieron, se fundieron y se mezclaron; una tarde los dedos se extendieron y se aflojaron de las manos, se sintieron subversivos y se alzaron libertinos, se volvieron dardos de figura estilizada y puntiaguda. Con ellos, hoy se escriben más trinos que novelas. Es más fácil lanzar estiércol que crear una pequeña historia de amor.
De tanto mirar y tan poco observar, se han quedado los ojos ciegos. Sin pupila, sin córnea y sin retina, ya nada es cristalino. Las miradas dejaron de ser miradas y los ojos dos luceros, ahora solo son visores con cuadrantes que apuntan siempre al objetivo, da igual el ángulo desde el cual se mire, el iris se ha convertido en punto rojo que señala y que persigue. Es más taquillera la dureza y el desprecio que la contemplación.
La lengua dejó de ser lengua y como lengua de hidratar, de gustar, de degustar y saborear su platillo más preciado: el lenguaje. Ahora solo es sable de dos o cuatro filos que se baña y se refresca entre labios viperinos. Es más fuerte el que escupe que el que besa.
Como si todo fuera poco, un soplido es un disparo. La explosión de aire súbita e involuntaria a través de la nariz y la boca, la cual entre otras, tiene como uno de sus nobles propósitos proteger las vías respiratorias, es el estallido anticipado de una bomba nuclear.
Aquel que estornuda es asesino, un asesino que agoniza pues lleva la hoz sobre sus hombros.
Todos los sentidos se están volviendo un sin sentido. El tacto no está siendo usado para lo que ha sido concebido, la vista no es vista, ni el gusto es gusto. La cosa no huele bien.
Mientras pasaba unos días en casa disfrutando a pleno de la hermosa sensación de estar fuertemente agripado, con los ojos irritados y vidriosos por llorones, con esa maravillosa pesadez en la cabeza que impide una concentración fluida, con el sueño interrumpido por la tos constante y los deliciosos calores de medianoche que producen los estados febriles, pensaba en eso; en cómo se ha desnaturalizado todo, hasta el propio cuerpo, la interpretación sus funciones y sus estados, su fisiología y sus derechos.
Los síntomas ya los había sentido cientos de veces en mi vida, pero siendo respetuoso de estos tiempos rebozados y turbulentos, gobernados por el miedo, dije: a nadie se le niega una PCR, o mejor, otra. Con algo de fatiga y voz nasal asistí una vez más al encuentro interminable con el copito XXL. El resultado: Negativo. Negativo. Negativo. Repetí la prueba con decoro varias veces. Me valoraron mis doctores y el diagnóstico fue hermoso: gripe! salud! Jesús! Fue como volver al pasado de las cosas funcionales y simples. Fue restaurarse en el derecho a ser humano y sufrir un catarro de esos que tumban y son inofensivos. Nada como poder lanzar un “puto” estornudo sin hacer que otros piensen que te estás muriendo o que los estás matando.
Cuando los dedos dejan de ser dedos, las manos dejan de ser manos, los ojos dejan de ser ojos y la nariz se confunde con un fusil, estamos desnudos frente al espejo de la disfuncionalidad con la responsabilidad de entender que, por alguna razón, nada de lo que hace parte de nosotros de manera natural, está cumpliendo con sus fines de manera eficaz.
Abracé mi gripa y me despedí de ella, creo que le dije en voz baja que la había extrañado, como extraño las manos que escriben versos, los ojos de miradas luminosas, la palabra libre que compone una voz de aliento y, los sentidos con sentido.