El plástico parece invadir y empobrecer nuestras vidas. Una demanda creciente e incontrolada de bolsas, botellas y otros artefactos se fija en los suelos, playas, corrientes de agua y en las ramas de las plantas envileciendo el territorio y oscureciendo el paisaje. La conciencia ciudadana y los esfuerzos sobre el uso desmedido de este material marchan con pasmosa lentitud mientras que los efectos del plástico sobre los océanos y la tierra firme crecen de manera geométrica ya que los objetos derivados de él no se depositan adecuadamente y se arrojan de forma indiscriminada. Miles de animales acuáticos y terrestres mueren anualmente por su consumo, entre ellos las tortugas marinas que las confunden con medusas y las cabras que buscan el sabor azucarado de las bebidas en los recipientes abandonados.
La expansión desbordada de desechos fabricados con polietileno a través de las relaciones de mercado no se limita a las grandes áreas urbanas, sino que llega a territorios distantes ocupados por campesinos y pueblos indígenas. Para encontrar un fehaciente ejemplo nacional basta recorrer la Península de la Guajira en donde el asombro causado por la impactante belleza del territorio contrasta con los efectos denigrantes de las bolsas plásticas sobre el paisaje, Una bandada de bolsas multicolores se dispersa en el aire y al caer al suelo se adhiere a las ramas y espinas de las plantas como perversas banderas que envilecen la vegetación. En los cruces de las vías principales y en la entrada de cabeceras municipales como Uribia las bolsas plásticas parecen ahogar a los diversos seres vivientes y sin duda exacerban la percepción de pobreza.
El impacto de estos artefactos de plástico en un territorio indígena adquiere una connotación dramática pues todo paisaje cuenta una historia. Como lo ha afirmado el británico Timothy Ingold, el paisaje abarca las vidas y los tiempos de los antecesores quienes, a lo largo de las generaciones, se movieron alrededor de él y jugaron parte en su formación. Ello se refleja en las historias de cerros, rocas, desiertos, bosques, arroyos y otras fuentes de agua que conforman una rica estructura narrativa inteligible para quienes moran en ese territorio. El percibir el paisaje, afirma Ingold, “es por lo tanto llevar adelante un acto de rememoración, y recordar no es tanto una cuestión de buscar una imagen interna, almacenada en la mente, sino más bien vincularse perceptualmente con un ambiente que está impregnado de este pasado”. La acumulación de bolsas oscurece estas historias codificadas en el ambiente.
Lamentablemente, en el ejemplo mencionado ni las entidades públicas, ni las propias comunidades parecen darle la debida importancia a la contaminación generada por este material fabricado con sustancias derivadas del petróleo y con otros elementos tóxicos. Los artefactos plásticos de un solo uso se han convertido en uno de los mayores residuos del mundo llegando, como los volcanes, a originar auténticas islas en los mares. Su degradación en el ambiente puede demorar varios siglos, quizás un milenio, en contraste, como seres humanos nuestra trayectoria de vida sobre la superficie de la tierra es comparativamente efímera, frágil e impermanente.
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