Conocí a Cecilia Porras hace muchísimos años, era una artista hecha y derecha, pertenecía al Grupo de Barranquilla y era la única mujer que podía entrar a La Cueva de Eduardo Vila. Apenas estaba empezando a conocer a los del Grupo (ya saben Álvaro Cepeda, Gabriel García Márquez, German Vargas y Alfonso Fuenmayor) y no tenía idea de las aguas movedizas que penetraba sin saberlo. Fue Cecilia quien me saco de mi ensoñación y con su particular carácter de luchadora, me señaló el espacio que debía defender y cómo luchar por defenderlo. Porque eso fue Cecilia toda su vida. Una luchadora por su libertad para pintar, su libertad para salir de Cartagena donde había nacido y vivido duramente. La libertad de su padre, Gabriel Porras Troconis, un típico prócer cartagenero que solo creía en las amas de casa que pintaban por divertimento.

Cecilia no era de esas. La pintura se le volvió esencial y voló a Bogotá. Allá, en la Escuela de Bellas Artes, dirigida por Alejandro Obregón, encontró cómo era la cosa del arte y la pintura.

Procedió a buscar su destino plástico y hacer visibles sus sentimientos en lo que pintaba.

Todo esto y mucho más encontramos en la espléndida muestra de su obra, en el Museo de Arte Moderno de Cartagena, con el apoyo del Banco de la República y la curaduría y museografía de Isabel Cristina Ramírez Botero, licenciada en Historia del Arte de la Universidad de Siena-Italia y candidata al Doctorado de la Universidad Nacional de Bogotá.

Es un verdadero viaje el que emprendemos. Seguimos la vida de Cecilia en paneles desplegados con fotografías de la vida de la pintora y la vida de Cartagena a mediados del Siglo XX. Percibimos como Cecilia se convierte en un símbolo de la batalla campal entre tradición y modernidad. Un Fragmento de la lucha entre las tensiones reinantes en la ciudad y la artista.

En una esquina de la muestra reconozco unos dibujos, que mentiría si no digo que me hacen estremecer. Son las ilustraciones que Cecilia hizo para el primer libro de Álvaro Cepeda Samudio Todos estábamos a la espera (1954).

Ilustraciones que le valieron un comentario del escritor Hernando Téllez quien la señalaba como uno de los nombres que habría que tener en cuenta en la historia de la pintura.

Gabriel García Márquez la tuvo en cuenta y Cecilia diseño la carátula de La hojarasca (1955) el primer libro del futuro Nobel.

Su colaboración con el Grupo de Barranquilla no termino aquí. Cecilia participo en la película La langosta azul, dirigida por Álvaro Cepeda Samudio, Enrique Grau y Luis Vicens con guion de Gabriel García M. y Cepeda Samudio. Fue el personaje principal de la historia. Cecilia participo con entusiasmo. Ella pensaba que su cuerpo debía hormar parte de su arte y la película le dio la oportunidad de expresarlo. Diseño sus vestidos y se arropo con ellos como hacía con las cortinas de las elegantes mansiones que atendía y al disfrazarse improvisaba escenas de una dramaturgia asombrosa.

Inicio el concepto de performance. Años antes de popularizarse en el país.

La pintora Cecilia Porras tenía una personalidad compleja e inasible. Su espiritualidad era como un aura caminando delante de ella, hablaba sin hablar.

Siempre le tuve mucha fe.