Una imaginación desbordante marcó los 23 años del Museo de Arte Moderno. La invasión de niños de cuatro a diez años especialmente invitados a elaborar sus piezas de arte, y el murmullo particular que producen –por que hablan entre sí y cantan mientras trabajan–, colmó las salas del primer piso.

El pedido a los visitantes a escribir en la pared lo que piensan que debería hacer el museo fue insólito y tuvo mucho éxito. La pared quedó llena de sabiduría y deseos.

Ángel Loockart muestra en la sala del segundo piso seis obras que impactan por el fuerte expresionismo y los colores, marca eterna del pintor.

María Paz Jaramillo, Álvaro Herazo, Celso Castro y un collage de Álvaro Barrios sobre Duchamp hacen de la visita al museo este fin de semana una tarde atractiva y estimulante.

Los fragmentos de la burbuja que siguen están dedicados a mi amigo Juan José Jaramillo, secretario de Cultura, Patrimonio y Turismo de Barranquilla. Creo que son de su interés y además existen leyes, pero la gente común ignora de buena fe o pertenece a la fila de aprovechadores sin tiempo.

El primer caso ocurre en el Barrio Bellavista. Se supone que sus construcciones se limitan a cuatro o cinco pisos. Así fue hasta hace poco, cuando una estructura de doce pisos que estaba paralizada, de repente comenzó a crecer y hasta se ilumina por las noches.

A lo largo de la calle 68 se ven otras estructuras de más de seis pisos que ni siquiera existen en el Prado Viejo.

En el área de arborización existen en la carrera 58 propietarios que no tienen inconveniente en talar araucarias de más de cien años de vida. Igual edad que tiene la antigua mansión de los Carbonell González, dueños originales de la casa donde ahora funciona una escuela de gastronomía que no sabe que sin árboles no hay defensa del cambio climático ni del medio ambiente.

En la puerta crecen dos árboles de hojitas finas y verdes que se tiñen de azul con las primeras gotas de lluvia. Salgo en las mañanas a mirarlos con temor de que hayan desaparecido en la noche para ampliar el parqueadero que han montado en el área de jardín de la antigua mansión.

Hay árboles que producen esa sensación, el temor de que no estén a la segunda o tercera pasada. Pienso en el enorme Pivijay que vive en la carrera 58 con 72, frente al abandonado edificio de Avianca. No es así con las centenarias bongas en la carrera 56, atrás del hotel El Prado que tienen las grandes cinturas pintadas de blanco que aseguran su permanencia y cuidado.

Menciono dos películas dignas de verse una y otra vez, Roma, de Alfonso Cuaron. Es autobiográfica aunque nunca lo anuncia así. Filmada en blanco y negro, las imágenes tienen una claridad y detalles con arcoíris completos de grises, blancos y negros. Y Viudas, que es una película que tiene más preguntas que respuestas, ¿somos racistas o antirracistas?, ¿mafiosos o anti mafiosos?, ¿contra la venta libre de armas?, mujeres emprendedoras lloronas. Ambas se pueden ver en la Cinemateca del Caribe por estos días.