Sebastián, rómpete el cuero si pretendes la muchacha/ Una casa no se arregla con tripas de cucaracha/ Busca el radio, la nevera y el carrito relumbrón/ Sebastián, rómpete el cuero o te quedas solterón”, dice el famoso porro de Daniel Lemaitre. La letra de esta canción ha perdido vigencia en la era moderna, ya que ahora para casarse no hay que ‘romperse el cuero’, porque a pesar de que son muchas más las exigencias que ahora conlleva un matrimonio, hay un total facilismo para todo. Sin embargo, nadie quiere casarse, porque ahora se puede vivir como casado sin estarlo y es visto como lo más normal. Antes, la cosa era a otro precio: había que pensarlo bien antes de tomar esa decisión y recordar las palabras del sacerdote: “para toda la vida”. Luego, pensar dónde iban a vivir y cómo dotar la vivienda. Después, empezar la compra de muebles y enseres, generalmente muy sencillos para empezar, de acuerdo a la capacidad económica del novio, que apenas empezaba a trabajar. Con el tiempo, según iban progresando los negocios, poco a poco se iban dando ciertos lujos y la pareja vivía feliz y conforme. A los padres de la novia el matrimonio no los dejaba ‘quebrados o endeudados hasta el alma’ como ahora, que la emulación es tanta que no saben qué más hacer. Qué más ofrecer a los invitados a la fiesta. Cada día se inventan algo nuevo. ¿Y quién ‘paga el pato’?: el papá de la novia. ¡Y si al menos fuera una sola vez! Pero a veces se les da por ‘reincidir’ porque desde cuando la mujer trabaja y es económicamente independiente no le aguanta vainas a nadie y a la primera desavenencia cambia al esposo original por uno nuevo.
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