Estamos en Navidad, y a dos días de la Natividad. Son muchas las versiones acerca de la verdadera fecha del nacimiento de Jesús. El caso es que estamos en el año 2022, y la tradición indica que lo estamos porque hace 2.022 años nació Dios Hijo, versión que se confirma por la historia de Herodes, quien fue rey de Judea y para la época ordenó matar a los neonatos, y por el censo ordenado por el emperador César Augusto, precursor del DANE, censo que obligó a José, el abnegado e incansable José, habitante de Nazareth, a trasladarse a lomo de burro con María embarazada para llegar hasta Belén, porque la orden era censarse en el lugar de origen. Es nuestra creencia, hoy nuestra costumbre y nuestra fe, reforzada porque un monje llamado Dionisio el Exiguo se craneó un sistema para contar los años transcurridos, sistema aún vigente, que estableció la Natividad en el año uno. La fecha del 25 de diciembre también tiene sus diferentes versiones que quieren distorsionar la cosa, seguro influidos por una narrativa izquierdosa - en toda época los izquierdosos han tratado de desvirtuar la verdad - versión que pretende ponerla en duda, pese a que el Emperador Constantino la volvió oficial. Se estrellaron, y hoy es, en todo el mundo, fecha de celebración.

Y vaya si se ha distorsionado su origen. La temporada es vista como tiempo para vacacionar, viajar, descansar, y dar y recibir regalos. Sobre todo recibir. Pero cada vez menos se percibe como fecha de oración. Las novenas en la iglesia cada vez menos público atraen, la gente las hace en su casa, claro, para no perder la costumbre, pero de paso también para alardear, que se turnan la sede y cada quien exhibe alguna pupera. Pero nada que se hace énfasis en el milagro de la Natividad, todo un Dios hecho hombre, naciendo, no en un suntuoso castillo, que hubiera podido hacerlo, sino en una pesebrera en las afueras de Belén, un pueblito, que no se pudo en una posada porque todo estaba atiborrado por el censo, San José corriendo bases para encontrar dónde ubicar a la inminente madre y, ante la angustiante situación, la instaló en una pesebrera. ¡Qué tremendo mensaje de humildad!

Es la humildad que le falta a la mayoría de los políticos, a los parlamentarios que, cual Esaú, se vendieron por un plato de lentejas y, sobre todo, a Petro y su camarilla, que deben todos detenerse a meditar sobre el mensaje de Jesús. Y sobre todos los males que nos están causando con su desvariada doctrina.

Pero también los defensores de los valores y la cordura es mucho lo que deben meditar para poder definir derroteros, y actuar. Hay que enfrentar las amenazas, no sólo con verbo y epístolas, sino con actos de firmeza y decisión, tal como hizo Jesús en el Templo de Jerusalén, erradicando a quienes estaban fuera de lugar. Deben, con humildad, deponer egos, y unirse.

Pero ésta es una época de oración. Pidamos por el país. Pidamos para que Barranquilla y el Atlántico no pierdan su buen impulso, y logremos gobernantes que garanticen continuidad, y lealtad.

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