Escuché a Uri Levine, creador de Waze, el año pasado en Bogotá. Le preguntaron cómo había surgido desde un país pequeño como Israel una aplicación tan útil y exitosa para sortear el tráfico en ciudades de todo el mundo. Dijo que precisamente por vivir en un país con menos de 10 millones de habitantes tenía claro que si quería un emprendimiento de alto impacto había que solucionar problemas que afectaran a mucha gente de muchas partes. El problema escogido fue la falta de información actualizada sobre el tránsito y las rutas; para solucionarlo desarrollaron una aplicación que se actualiza en tiempo real con información de los mismos usuarios. En pocos años éstos llegaron a ser más de 50 millones y se la vendieron a Google por 1.000 millones de dólares. Esas dinámicas explican que cinco de las diez empresas más valiosas del mundo nacieron hace menos de 25 años.
Recientemente se supo que ya son cinco las personas con una fortuna superior a 100.000 millones de dólares. A muchos les pareció una mala noticia. La buena noticia es que cuatro de ellos crearon las empresas que los llevaron a ese nivel. Está bien que sean riquezas nuevas, no riquezas añejas. Hay quienes sufren por la mera existencia de esas fortunas, pasando por alto que consisten en participaciones accionarias, que ninguno de sus dueños se puede comer el almuerzo de otros; y que si quieren que sus empresas continúen creciendo, o al menos subsistan, tendrán que reinvertir utilidades, generar más empleo y hacer llegar a más personas los bienes o servicios que tuvieron la visión de proveer. Además, solo pueden consumir una pequeña fracción de su riqueza y, siguiendo la tradición norteamericana, varios de ellos planean donar la mayor parte a fundaciones filantrópicas; Gates, por ejemplo, donará más del 99%.
La importancia de la educación para sus padres, así como su ejemplo, parecen haber sido los pilares de sus logros. Jeff Bezos es hijo adoptivo de un inmigrante cubano que estudió ingeniería becado y trabajó con Exxon hasta su retiro; Jeff se graduó en Princeton. Bill Gates es hijo de un respetado abogado de Seattle; Bill entró a Harvard, pero es uno de sus más famosos exalumnos que han abandonado la universidad detrás de un sueño. Mark Zuckerberg es hijo de un dentista y una reconocida siquiatra de White Planes que supieron cultivar su extraordinario talento. Elon Musk se crio con su madre canadiense, que se separó de su padre surafricano, “un ingeniero tan brillante como terrible ser humano”. La enseñanza de ella: “trabaja duro para forjar tu propia suerte”.
Lo que resulta paradójico es que, impulsados por la civilización del espectáculo, haya también estrellas globales que acumulan fortunas extravagantes, a los que solemos admirar más, aunque las derrochen en lujos, juergas, droga, o estrellando Lamborghinis y aunque algunos muerdan contrincantes o golpeen a sus mujeres. ¿A quiénes querremos imitar?
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