La obesidad es una enfermedad en sí misma, cuya gravedad se intensifica por las comorbilidades cardiovasculares (insuficiencia cardiaca, varices, hipertensión y trombosis); cerebrales (hemorragias, degeneración creciente de los vasos y hasta leucoencefalopatía progresiva); trastornos metabólicos (diabetes tipo 2, intolerancia a la glucosa y resistencia a la insulina); pulmonares (apnea del sueño o hipoventilación), y complicaciones renales además de alteraciones en la fertilidad y en el embarazo, con probabilidad de malformaciones fetales. A esto se suman la muerte prematura y un sinnúmero de desórdenes de tipo psiquiátrico.

La sociedad rechaza, estigmatiza, discrimina y se burla de las personas gordas, a quienes además tacha de vagas, flojas y perezosas, sin considerar otras causas de su enfermedad diferentes a la mera glotonería.

Todo ello desencadena una problemática psicológica de envergadura, en la medida en que aniquila la productividad y el desenvolvimiento laboral y familiar de las víctimas de esos ataques cuya base no responde a cosa distinta a la banalidad reflejada en absurdos estereotipos de belleza que desconocen la esencia del ser humano. Cómo no entender entonces que su autoestima permanezca en el piso, motivo por el cual se aíslan y buscan consuelo en la soledad, lejos del tormentoso entorno.

Estrés, depresión, trastorno de la personalidad, adicciones… son algunas de las tantas «salidas» que encuentra el paciente obeso. Calmar su ansiedad comiendo a escondidas se le vuelve un hábito. Infortunadamente la ganancia de peso es directamente proporcional al rechazo social.

La obesidad es un serio problema de salud pública que impacta a la sociedad con visos agresivos desde el siglo XX, en particular a los jóvenes productivos. Tanto así, que la OMS la considera como una pandemia: cada año mata alrededor de tres millones de personas en todo el mundo.

En Colombia, un estudio de la Unicef y la Fundación Alzak reveló que por cada 100.000 niños y adolescentes con sobrepeso y obesidad se perdieron 643 años de vida saludable por año entre 2015 y 2020. Los niños de 6 a 11 años son los más afectados, seguidos por los adolescentes y las gestantes. Esto se asocia a pérdidas económicas como que cada año se gasta un promedio de 2.4 billones de pesos en costos médicos directos e indirectos, y gastos de bolsillo por medicamentos, procedimientos y consultas no incluidos en el plan obligatorio de salud.

Si en realidad como miembros comprometidos de una comunidad deseamos contribuir a crear un país con ciudadanos saludables y, sobre todo, a prevenir que nuestros hijos, amigos o paisanos se enfermen, hay que eliminar de nuestras conversaciones los comentarios salidos de tono que nada bueno dicen de quienes los emiten. ¿En qué forma pueden contribuir a construir tejido social o a generar conciencia saludable en un colombiano común y corriente juzgarlo con frases como: «¿te vas a comer todo eso?»; «¡cuidado!, ese pastel tiene demasiada azúcar»; «has aumentado de peso»? De manera que una persona, individualmente, puede ayudar mucho a los pacientes con obesidad.

En cuanto a la parte médica, lo primero que debe lograrse es que aquellos hablen sin temor, y escucharlos para entender cómo se sienten y cómo viven su condición. El primer paso es la aceptación del problema. Hay algo constante y permanente en el tratamiento de la obesidad: las recaídas. Iniciar y reiniciar la dieta (casi siempre un lunes), pesar los alimentos, contar calorías, ejercitarse…

Una vez establecidos los riesgos de acuerdo con la masa corporal, entonces se puede comenzar a proyectar un tratamiento completo que incluya a profesionales de distintas disciplinas para ayudar a quienes padecen de obesidad o están propensos a padecerla, a controlar la ansiedad y trabajar sobre su origen. El endocrinólogo y el psiquiatra son clave para acompañar al nutricionista y al entrenador físico. Sin duda hay que direccionar la actividad física del paciente.

Mantener la voluntad y la constancia en el largo plazo es lo más difícil para los pacientes. Por ello, entre otras cosas, hay que incrementar y fortalecer los programas preventivos para disminuir su aparición. Definitivamente deben promoverse la buena alimentación y la práctica de deportes como protectoras frente a la enfermedad, y ejecutar programas para concientizar a los ciudadanos desde edades tempranas sobre los riesgos de llevar una vida desordenada en términos de alimentación y costumbres.

Diptongo: Ante una enfermedad crónica de alta prevalencia: enseñar a comer. Nuestra misión es educativa.