Estamos inundados de coca. Según el Gobierno de Estados Unidos, nunca habíamos producido tanta cocaína con 209 mil hectáreas sembradas a lo largo y ancho del país. No solo aumentaron los cultivos en un 11% desde el año pasado, sino que creció en un 19% la productividad. Para contextualizar, en los últimos seis años del Gobierno Santos, las hectáreas se multiplicaron por cuatro.
Desde hace un par de años, se escucha que el problema es la demanda y no la oferta, y que nuestro problema endémico de producción de droga solo se puede resolver con la legalización. El credo recurrente es el siguiente: mientras haya demanda habrá oferta por ley del mercado.
Sí, es cierto, la demanda tanto nacional como internacional es la que fomenta el flagelo. No solo afecta a la salud de la población que consume las sustancias tóxicas, sino que también alimenta al narcotráfico y a su inherente círculo vicioso de ilegalidad y violencia que rodea y permea hasta las sociedades más intachables. Este constato lo conocemos todos. También estamos conscientes de que en un mundo idílico la demanda debería ser reducida menos desde la sanción penal y policial del Estado y más desde la prevención y la salud pública.
Sin embargo, no seamos ingenuos. Más allá del debate moral, de salud y de su real eficacia, sabemos muy bien que Colombia no puede unilateralmente legalizar las drogas. Primero, porque nuestro Estado es históricamente débil: no controla ni su territorio ni la aplicación de sus normas. Si el Estado a duras penas logra combatir el contrabando de alcohol, imagínense lo que podría pasar con otros mercados paralelos y los daños en la salud pública. Segundo, la legalización no es una posibilidad seria en un mundo globalizado mientras las grandes potencias mundiales no decidan desarrollar la legalización multilateralmente (sí, Colombia es interdependiente de aquellas aunque lo nieguen los más chauvinistas).
Ante este constato, ¿qué nos queda? La otra cara de la moneda: reducir la oferta. En este aspecto Colombia tiene toda la responsabilidad. Sabemos de las causas del fenómeno en nuestra nación, pero preguntémonos ¿por qué tenemos que ser nosotros el país que más produce cocaína en el mundo?, ¿por qué nosotros y no otro? Mucho más allá de nuestra característica y privilegiada ubicación geográfica, ¿por qué aquí el problema tiene que ser endémico? Me rehúso a pensar que no tenemos alternativa. Tenemos que dejar esa manía nuestra de escondernos tras la excusa de que la causa es externa y que no podemos hacer nada al respecto. Sé que hacerse el de la vista gorda es un deporte nacional, pero aquí no hay causa perdida y los pasados gobiernos lo demostraron: en el 2012, los cultivos llegaron a reducirse a 48 mil hectáreas. Hoy tenemos que volver hacia esas tendencias porque todos distinguimos que entre más hectáreas de coca, menos paz.
@QuinteroOlmos








