Donald Trump cumplió, así de simple. Desde sus inicios como empresario fue amigo de caminar entre lo legal e impropio para consolidar su riqueza. Los condominios de Nueva York tienen muchas historias inconclusas. En materia de influyente hombre de negocios siempre recaló en las aguas que más le servían para alcanzar sus insaciables intereses. Fue tan ventajoso en esta etapa de su vida que para permitir la filmación de la película Mi Pobre Angelito en uno de sus hoteles, puso una sola condición: aparecer él en la cinta. Trump, en materia de llamar la atención con la ley como borde no ha sido nunca ningún “aprendiz”.

En materia política siempre utilizó de forma rimbombante y simplista sus ideas. Las cuales, a propósito, son de fácil recordación como el mundo lo pudo observar el pasado 6 de enero cuando una turba de actores repetía el mismo guión en los pasillos del capitolio de los Estados Unidos: “Somos nosotros los que estamos aquí los llamados a volver a hacer grande a América”. Es el cierre tremendista de una persona que denostó de las minorías, detestó los medios de comunicación, puso en el paredón de la opinión pública lo que el mismo llamó “casta de Washington” cuando se refería a los miembros de los partidos políticos o de la élite académica y social que durante siglos ha trabajado, mal o bien, por profundizar la democracia que el mismo Trump usó para llegar al poder.

Esa tarde, en el mismo sitio donde velaron el cadavér de John F. Kennedy luego de su asesinato a manos de radicales en 1963, una horda de extras despedazaban también a su paso el mismo escenario donde Abraham Lincoln defendió con valentía y en solitario la abolición de la esclavitud. Al otro lado de este sitio, de forma simultanéa y en vivo, la familia Trump en pleno, a través de pantallas gigantes, monitoreaban su propio espectáculo. Festejaban con una canción donde se podía oír la palabra “gloria” en repetidas ocasiones. Solo le faltaron las uvas para que su hija Ivanka alimentara el éxtasis de su padre-presidente.

Cuando Bill Clinton ganó la presidencia en 1992, la proporción de la totalidad de votos de la población blanca y protestante fue de 72 por ciento. En 2016, cuando su esposa Hillary perdió a manos de Trump, el mismo grupo poblacional fue del 52 por ciento. Cuatro años después, el nuevo inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, le debe su ascenso al poder a las minorías y en el caso de la recuperación de control del Congreso los demócratas de ese país y del mundo tenemos que agradecerle a los afroamericanos de Georgia que por primera vez en la historia de esa nación tendrán un senador afro de ese estado y del sur de la unión americana.

De pronto por querer asistir a su propia obra de teatro donde buscaba perpetuar sus agónicas ideas el mismo día que el legislativo de la nación más poderosa de occidente confirmaba al presidente número 46, Trump provocó y asistió, simulando a Nerón, al incendio de su propio sueño. Con esta, su pieza artística que contempló en escena durante varias horas, logró ambientar los estertores de un país que ya no fue.

@pedroviverost