Algunas victorias electorales provocan entre los ganadores varios tipos de sensaciones. La de Joe Biden, presidente número 46 de los Estados Unidos, produjo alivio en ese país y en el mundo. La ciclotímica forma de gobierno de Donald Trump generó una mezcla de angustia, depresión, rabia y miedo. Ese coctel fue el que desactivó una nación que tuvo un récord de participación que no se veía desde 1900. Las minorías, las mujeres y los jóvenes unificaron esfuerzos de forma ordenada y eficaz para ponerle un muro al trumpismo.
La era Biden no será fácil. Ya vemos que Trump no quiere aceptar que sus ideas perdieron. El empresario perdedor tiene una razón mediata y otra inmediata para desconocer los resultados. La cercana, es lograr influir en las elecciones definitivas del próximo 5 de enero en el estado de Georgia, donde se juegan dos sillas del senado norteamericano. Trump quiere que la idea, sin ninguna prueba, de un supuesto fraude mantenga electrizados a los radicales republicanos en ese territorio sureño donde después de 30 años ganó las presidenciales un demócrata. Si ganan los republicanos hacen la mayoría senatorial y podrán bloquear la agenda del nuevo inquilino de la Casa Blanca. Y la de largo plazo, es extender sus 72 millones de votos e incidir dentro de cuatro años en la elección para seguir radicalizando y dividiendo a los estadounidenses. Tamaño reto para el nuevo mandatario, pero es una gran oportunidad para Kamala Harris.
A propósito de Kamala, el día que Biden anunció su victoria como el presidente de mayor edad, 77 años, que gana en ese país, dejó la percepción de una evidente y capaz sucesora en caso de no presentarse a su reelección en 2025. Algunos observadores de la política afirman que la única forma para que los demócratas puedan alcanzar el sueño de tener la primera presidente gringa era asegurar primero la vicepresidencia y luego encaminarla a la silla de George Washington. A esto también le debe tener temor el derrotado Donald Trump.
La agenda del nuevo gobierno es clara. Primero, superar la crisis del Covid por cuyo pésimo manejo perdió Trump. Segundo, la recuperación económica pospandemia y “desinflamar” las relaciones internacionales de ese país que con el anterior gobierno tuvo una política exterior inflamatoria en todos los frentes de la diplomacia. En lo bilateral tuvo triunfos inconclusos, y el multilateralismo trumpista arremetió contra la ONU, OTAN y la OMS, sin lograr su descompuesto cometido. Por ello la acción internacional de Biden, experto en esta materia, será sin duda un pilar de su gestión.
Para Colombia, que muchos la metieron en la refriega electoral “floridiana”, hay que recordar que una cosa es una campaña y otra, gobernar. Biden es un estadista. Entiende perfectamente la diferencia. Lo que debería hacer el gobierno Duque es leer muy bien el nuevo tono y reformular la partitura. Necesariamente va a tener que cambiar algunos músicos, pero ojalá la batuta la retome la Casa de Nariño y deje al jefe del partido de gobierno con su colega expresidente en largas charlas en Mar A Lago. ¿Cuál será el hándicap del exsenador? ¡Soñar no cuesta nada!
@pedroviverost