Las relaciones entre Colombia y Estados Unidos no las cambia una elección presidencial de allá ni de acá. Ni siquiera lo lograron cuando miembros de los sectores políticos y empresariales adversos a Ernesto Samper y miembros del congreso y funcionarios diplomáticos de ese país conformaron una “tenaza” para amurallar a Colombia en materia de relaciones bilaterales por los hechos ilegales de la financiación a la campaña del Partido Liberal de 1994. (Entre otras cosas, siempre he pensado que ahí a Samper también le pasaron la cuenta de cobro por haber defendido, desde los años 70, la legalización de la marihuana). Hoy cuando tanto agorero arenga nubarrones porque unos políticos radicales colombianos apoyan abiertamente la aspiración de Donald Trump a ser reelegido como presidente, les recuerdo que ellos nos necesitan y nosotros aún más.

La histórica y mutua dependencia entre ambos nos indica que ese camino recorrido no va a terminar por las legales, aunque no nos gusten, frases de respaldo que congresistas colombianos le hagan al controvertido Trump. ¡Quién ha dicho que un actor proselitista debe cerrar la boca cuando de conseguir votos se trate! ¿Acaso la cantidad de senadores, agentes estatales y mandatarios de ese país no han manifestado públicamente quién es o no conveniente para la “prosperidad democrática de América Latina”?

La agenda entre las embajadas gringa y colombiana son narcotráfico, seguridad hemisférica (Venezuela) y tratado de comercio. Los dos primeros son vitales con muchos subcapítulos que nos hacen dependientes y el tercero es una mesa desigual de seguimiento a una necesidad comercial, pero con amplio favorecimiento a la potencia mundial. El que se sienta a negociar con el “dueño del balón” sabe que tendrá que ceder más y en ese proceso, obtener un “aguacate Hass de ventaja” de cuando en cuando. Este tipo de fórmulas económicas, que fueron novedosas en el siglo pasado, hoy acusan un desgaste y muchos de los que fueron ejemplo en esta materia se han visto en la necesidad de renegociarse y actualizarse.

Vale la pena recordar que el Congreso del norte nunca pierde su inmenso y consuetudinario poder. Es donde se consolida el valor de la representación de ese pueblo. Por ese estamento pasan todas las grandes decisiones sin preponderancia o injerencia de la Casa Blanca. Sus miembros pueden ser Secretarios de Estado, la política internacional la examina el ojo robusto de una comisión de relaciones exteriores con mucha autoridad, los embajadores designados en misión a cualquier país del mundo deben pasar un escrutinio draconiano promovido por el bipartidismo norteamericano. En otras palabras, ese legislativo ejerce, no se inclina o disminuye como ocurre con nuestro cada día más débil parlamento.

Por eso lo que se necesita es más realismo político. Menos mojigatería democrática para que los que están de un lado lo digan abiertamente y cuando salga el ganador de los escrutinios, quien gane, brinde garantías en materia internacional (como lo han hecho con Colombia hasta hoy) y los que pierdan intenten de nuevo meternos miedo con una relación inconclusa.

@pedroviverost