Se estima que Caín mató a Abel cuando frisaba los 30 a 40 años de edad. Cada uno presentó una ofrenda para acercarse a Dios; la de Caín no fue aceptada. Su inmediata reacción fue amenazar de muerte a Abel, cuya ofrenda sí tuvo buen recibo. Al sentirse amenazado, Abel le advirtió a Caín que si levantaba la mano para matarlo, él no haría algo igual porque temía a Dios y no estaba dispuesto a manchar sus manos con la sangre de él. A pesar de lo anterior, Caín mató a Abel como acto culminante de una relación dominada por la envidia. Abel nunca supo que Caín le envidiaba.

Si nos atenemos a los creacionistas, la envidia sería parte del paquete genético de la raza humana desde el principio de los tiempos; con la evolución, al igual que los virus, logró mutar, fortalecerse y esconderse detrás del pensamiento, más allá de los rincones de la conciencia. ¿Por qué Abel no sospechó que su hermano era envidioso y no vio el peligro cuando recibió la amenaza que desestimó al aceptar ir al mortal paseo? Abel no sabía qué era la envidia, no tenía forma de saberlo porque no la había sentido, y Caín no dejaba ver qué sentía de manera oculta. No hubo quién le dijera a Abel que Caín era una persona tóxica. La envidia es un instinto de avidez y supremacía; es la fuerza motora de los individuos tóxicos, pero no todas las personas lo son. La verdadera envidia se centra imaginativamente en el otro, en el envidiado, más que en uno mismo. Por eso decía la actriz Joan Collins en un comercial de televisión: “La envidia es mejor despertarla que sentirla”. La razón es que envenena.

Hay personas tóxicas que se dejan conocer rápidamente: sus comentarios y críticas disonantes las hacen obvias. Pueden ser pedantes, necias, pesimistas, amargadas, no ven el lado bueno de nada y menos los atributos de las personas, siempre tienen el “pero” perfecto y culpan a los demás de todo lo que les sucede. Aunque perturban, no hay que prestarles mucha atención; molestan o incomodan más por su torpeza e indelicadeza que por el débil efecto de su veneno. Los que son interesantes son los tóxicos invisibles, esos que no se pueden detectar y que llevan veneno mortal. Son de alto riesgo y casi nunca es posible tener aviso oportuno porque es muy difícil anticiparlos. Su mejor característica es que parecen mejores personas que las más excelentes, y uno no se puede pasar la vida “sospechando” de todos para saber quién es tóxico o no, mucho menos para averiguar qué tan potente es su veneno. Entonces ahí está el desafío, ¿cómo las detectamos a tiempo y, sobre todo, antes que nos den con la quijada de un burro?

Pues nos van a dar duro porque nos llevan una ventaja considerable: son invisibles, nos conocen, saben qué y cómo envidiarnos o afectarnos, pero lo mejor que hacen es acercarse sin ser detectados. Son los amos del camuflaje y el sigilo. Entonces, uno puede llegar a preguntarse: ¿en verdad vale la pena preocuparse por alienígenas que se han apoderado de cuerpos humanos?

Aunque pueda estar más o menos claro, queda una tarea, tal vez la más importante: mirarnos en el espejo de la verdad y ver si algo de ese veneno está en nosotros.

@oswaldloewy 
oswaldloewy@me.com