El Heraldo
Opinión

Nuestro propio verdugo

No existe quien denuncie,  ni órganos de control que  defiendan lo público, todo está politizado, sumergido en la corrupción.

Colombia es un Estado social de derecho. El respeto, la dignidad humana, el bienestar, la prosperidad general y la solidaridad, son elementos esenciales, que deben estar presentes en el actuar de todos los colombianos.

La democracia es la riqueza más importante de una sociedad, el poder elegir o ser elegido, fue una práctica que por siglos para muchos pueblos estuvo ausente en la historia de la humanidad. Los colombianos,  elegimos a nuestro presidente, a los senadores, representantes a la cámara,  gobernadores, diputados, alcaldes y concejales, por medio del voto popular; sin embargo, nuestros deberes, no terminan con la elección, la democracia colombiana no es delegativa,  es participativa y en la constitución política existen mecanismos de participación ciudadana, en desuso, poco utilizados, pero que finalmente, están consagrados como garantía y reconocimiento de la soberanía popular.

Estimado lector,  usted y yo hacemos parte del pueblo, en nuestras manos está el poder soberano, tenemos la facultad de elegir a nuestros gobernantes conforme al programa de gobierno que consideremos adecuado, además de esto, los elegimos para  que pongan en práctica los principios constitucionales y promuevan el bienestar general.

El interés común debe prevalecer sobre todo interés particular,  el Estado debe garantizar, la salud, la educación, la vivienda, el trabajo, sin distinción alguna, pero con preferencia para los grupos vulnerables y las personas menos favorecidas. Contrario a ello, estos sin vergüenzas, y muchos de los elegidos bandidos, que durante su campaña política prometían lo que por dentro sabían que jamás cumplirían, llegaron al poder para convertirse en saqueadores del pueblo, que se roban los recursos destinados a las obras, los dineros de la salud, que modifican e interpretan las leyes a su acomodo, y despilfarran el presupuesto del Estado con el propósito de imponer su voluntad. La vocación de servicio de los servidores públicos desapareció y fue sustituida por la ambición, el Estado social de derecho se transformó en el Estado corrupto del cohecho, la pasión desenfrenada por la riqueza de quien juró ante Dios y la ley servir a la comunidad pero antagónicamente a sus deberes se convirtió en malhechor para saquear los dineros del Estado nos ha llevado no sólo a soportar a los vulgares saqueadores, hampones de lo público, sino también a batallar en contra de honestos ineptos, que no hacen nada para remediar el daño causado por sus homólogos. Contener la pobreza y el abandono es un deber de nuestros gobernantes, incumplido a nivel nacional y local en la mayoría de municipios de nuestro país.

No existe quien denuncie,  ni órganos de control que  defiendan lo público, todo está politizado, sumergido en la corrupción  cada grupo defiende lo suyo, robándose lo que pueda, ante los ojos de cuarenta y nueve millones de colombianos, que miran y en silencio siguen sin entender que votaron por un corrupto o un inepto, que por su inexperiencia o sumisión a un interés político que patrocinó  los gastos de su campaña, terminó siendo para el pueblo: La escogencia de nuestro  propio verdugo.

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