La campaña electoral está plagada de actores políticos soberbios. Algunos de ellos asumen posiciones tan soberbias que se espantan solos con su propia sombra, porque consideran que su juicio y presencia es la única válida en el universo.
El problema no es solo la presencia de una élite política soberbia sino que desde la cima de la sociedad, la soberbia, haga metástasis hasta sus bases, cuando lo correcto es la promoción incansable del derecho igualitario del ser humano.
Frases clasistas, como: “Gente de bien”, “De izquierda, Centro o Derecha”, entre otras, denotan un profundo desprecio hacia los congéneres, evidencia una discapacidad mental de quienes la expresa, ajena a las verdaderas condiciones de valor del ser humano. Se trata, sin duda, de una posición política verdaderamente soberbia tanto de políticos como de ciudadanos.
Ya lo había advertido, José De San Martín, cuando acuñó: “la soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder.”.
Entonces, se puede afirmar que el político y ciudadano soberbios son discapacitados mentales.
Al respecto, la Organización Mundial de la Salud (OMS), explica la discapacidad científicamente como aquella restricción o impedimento de la capacidad de realizar una actividad en la forma o dentro del margen que se considera normal para el ser humano.
Así mismo, la Organización de Naciones Unidas (ONU), define la discapacidad como una condición que afecta el nivel de vida de un individuo o de un grupo. El término se usa para definir una deficiencia física o mental, como la discapacidad sensorial, cognitiva o intelectual, la enfermedad mental o varios tipos de enfermedades crónicas.
El que vivamos en una sociedad enferma por la soberbia no es el punto de reflexión de esta columna. Se trata más bien de visibilizar la discapacidad mental de los máximos dirigentes en campaña, caracterizados por su petulancia, soberbia y sobradez, con las que envenenan, transmiten e inoculan, al desprevenido e indefenso pensamiento ciudadano, con el virus de la soberbia, propulsora de la ignorancia, discapacidad que a su vez produce: odio, división y exclusión social.
José De San Martín lo expresó con claridad, al sentenciar que el soberbio es un pobre mortal, discapacitado e infeliz, quien se topa por sorpresa, en un momento de su vida, con una miserable cuota de poder, suficiente para edificar una superioridad que solo existe en su psiquis y mente enferma.
Este comportamiento soberbio de la clase política en campaña por igual es patético en candidatos, servidores públicos y ciudadanos. Entonces, una pregunta válida a formularnos, sería:
¿Un simple mortal, infeliz, soberbio, discapacitado y enfermo mental, quien por avatares de la vida detenta una miserable cuota de poder, y, se cree un ser superior, merece nuestro voto y sumisión?
Si su respuesta es sí, vaya a un psiquiatra, algo está sucediendo con su autoestima. Si su respuesta es no, sería un acto de “soberbia” inteligencia, óptimo y de bella factura.