El poema Ars, obra que abre el último libro de poemas de Germán Espinosa, lleva en su título el sema de las artes en general, aunque también es sabido que el término se ha asociado más con fenómenos relativos a la producción musical polifónica de la Europa medieval (ars antiqua) y sus desarrollos posteriores tanto en Francia como en Italia (ars nova). En el ámbito de la estética quizá la expresión más célebre sea Ars gratia artis, el arte por la gracia del arte mismo, el arte puro, desinteresado y libre de los estetas del idealismo. Pues bien, en los versos de este poema se aprecia a un hablante lírico entrado en años, casi en la ancianidad, agobiado por los recuerdos, las frustraciones y los sueños irrealizados. El temple de su ánimo es reflexivo, lúcido y casi desesperanzado. No es clara la presencia de un oyente lírico, por lo que cabe pensar en una especie de autorreflexión. «Latentes, mustios en la sombra insomne / mis pensamientos. Sólo un tenue ruido / me llega de la noche que cobija / todos los astros».
Desde los primeros versos, el poema construye la imagen de la oscuridad con palabras que comparten un mismo campo semántico, tales como “sombra”, “noche” y “astros”. Es la oscuridad del pasado, de lo que irremediablemente se ha ido y olvidado. «Es tal vez el leve / rechinar del planeta que, pesado, / se moviliza inmensamente. Arcaico / ruido que, por costumbre, ya no oímos». El hombre se halla en la penumbra de la automatización. A fuerza de rutina ya no percibe las voces del planeta, no sabe descifrar sus señales. Su tono, hay que decirlo, es un canto a la impotencia, a lo irreparable. Un reconocimiento sin atenuantes a la fugacidad del tiempo, a la palmaria imposibilidad del hombre de transformar su pasado, de dominar sus recuerdos.
El hablante lírico plantea, sin embargo, una salida para conjurar el vacío, la oscuridad y el olvido: la memoria como instrumento de interpretación del pasado, como recurso para superar la frustración. La poesía, para decirlo de esta forma, se convierte en un vehículo de reflexión, de análisis para las cuestiones fundamentales de la vida. Por ello, la pregunta con la que el hablante (poeta) concluye su introspección resulta por demás inexorable:
¿Y qué ha de hacer el hombre al que el recuerdo / de días inhollados ya enmohece, / sino encender la luz, irse al cansado / ámbito de la adusta biblioteca / y emborronar papel sobre la mesa / de aromático cedro, el breve espacio / en que sus sueños, necesariamente, / pueden cobrar la forma de un destino?
La biblioteca, como en Borges, es el espacio poético en donde se entremezclan la cultura, la memoria, los sueños, el arte y el conocimiento. El lugar donde el ser humano resuelve a su favor la paradoja de no ser. El cronotopo, para citar al joven Bajtín, en donde se descifra el pasado desde los marcos del presente. Como pocos, Espinosa sabe que toda reflexión sobre el pasado, así sea el más remoto, no constituye cosa distinta que un intento laborioso por comprender la oscura maraña del presente. El pasado, por así decirlo, es apenas un artilugio del que se vale el escritor de ficciones históricas para intentar develar el rostro huidizo de su contemporaneidad. Porque, según sus propias palabras, «a cualquier lector, hablándole del pasado, es más fácil desmontarle sus prevenciones y transmitirle lo que deseamos acerca del presente».