En cuanto a la reivindicación del viejo José Félix, el «abuelo sabio» y el más joven de los escritores del Grupo de Barranquilla, han desempeñado un papel protagónico sus discípulos más aventajados. La frase de Álvaro Cepeda Samudio, «todos venimos del viejo Fuenmayor», ha sido desdeñada por la crítica, que la toma casi siempre como una expresión de la ancestral propensión del Caribe por la desmesura.

Olvidan que el magisterio de Fuenmayor fue reconocido de manera muy temprana por García Márquez, al señalar en una «Jirafa» de 1950, que el autor barranquillero supo aprovechar, como pocos, los mejores recursos de la narrativa norteamericana, a cuyos máximos representantes leía, discutía, rechazaba y aceptaba, simultánea y alternativamente, con vehemencia contradictoria. «Nos lleva ventaja a los jóvenes», confesó, al percatarse de la beligerante y fértil actitud de su maestro. «Anda en otra órbita».

Nosotros leemos a Faulkner, a Steinbeck, a Saroyan, a Hemingway, dispuestos a admirar en ellos lo que nos parece bien y a rechazar lo que nos parece mal. La actitud de José Félix Fuenmayor es otra: es una posición de pelea. Una posición que –me parece– lo coloca más adelante de los jóvenes: constantemente está discutiendo consigo mismo, enredándose, abriendo trochas, hasta cuando se le queda entre los dedos una raíz, un balance que no admite ya más depuración.

En 1993, cuando Gabo arribó a la edad de su maestro, se vistió de prologuista para evocar, una vez más, la decisiva importancia de Fuenmayor en su formación como escritor, en una época rara, en la que a un grupo de amigos les dio por practicar la extinta costumbre de ayudarse mutuamente. La mítica pandilla que, a mediados del siglo pasado, transformó para siempre el campo de las letras en Colombia. No deja de ser una curiosidad, acaso prevista por Melquíades, que nacieran en marzo los cuatro discutidores de Macondo: Gabriel (6), Germán (22), Alfonso (23) y Álvaro (30).

«Ahora me doy cuenta, dice Gabo, que José Félix era quizá el más joven de nosotros a pesar de sus sesenta y cinco años. Llegaba casi en puntillas los días menos pensados, como si solo fuera a tomarse una cerveza, pero siempre tiraba en la mesa la granada de fragmentación de su inconformismo y su originalidad. Era una especie de ave rara a mitad de camino entre su generación, que no acababa de superar el costumbrismo amanerado de los Andes, y los que queríamos saltar sin paracaídas desde la cuna hasta el abismo de James Joyce.»

No obstante, ni las palabras de García Márquez ni las de Álvaro Cepeda Samudio, alcanzaron nunca la resonancia mítica que produjo el «guiño juguetón» de Borges hacia Macedonio. La razón tal vez resida en el hecho, cada vez más incontrovertible, de que José Félix Fuenmayor es, en realidad, mucho más que un simple precursor de este par de figuras legendarias.