Una larga tradición supersticiosa asocia este día con innumerables calamidades, la mayoría de las cuales tienen que ver con la religión. Unos dicen que fue el día de la crucifixión de Cristo, otros que el día en que el rey Felipe IV de Francia ordenó la captura y quema de los templarios. Lo único cierto es que el miedo irracional a esta fecha ha enriquecido a algunos mediocres de Hollywood y conectado este día con psicópatas, atentados, accidentes y otras catástrofes.
En el caso de la destrucción de las Indias, el calendario le madrugó a la fatalidad, Colón desembarcó en Guanahani un viernes 12 de octubre. Desde ese día, la Iglesia Católica resulta determinante en la invención ontológica del llamado indio americano. De la imagen inicial de un salvaje espléndido, virtuoso, libre de pecado, de cera blanda e inmejorable para moldear la nueva Iglesia, se pasa a la construcción del perfil contrario. Esto es, a la del indio como un ser diabólico, dado a horribles ritos paganos, idólatra, antropófago y siervo por naturaleza, cuya única redención posible es acaso el sojuzgamiento y la evangelización.
No toda la Iglesia comparte la opinión según la cual «el indio era un pedazo de carne poseída por el demonio», pero esta es la imagen que se impone en la práctica de los encomenderos. Aunque también surgen frailes que dan la lucha por los indios, como Antón de Montesinos y Bartolomé de las Casas, hombres como Juan Ginés de Sepúlveda, ideólogo destacado del imperialismo español, sellan la empresa evangelizadora, la conquista espiritual por las malas, la desestructuración y reestructuración del universo simbólico de los vencidos.
De este modo, la Iglesia Católica recurre a la violencia para defender sus intereses en Abya Yala. «Espada, cruz e intolerancia nos acompañan desde los albores de aquello que llaman nuestra nacionalidad», como señala Rodolfo de Roux. Durante la Conquista y la Colonia, la Corona española regula sus relaciones con la Iglesia Católica a través del sistema del Patronato, «que convertía al rey de España en una especie de vicario papal». Esto hace que el catolicismo hispánico tenga un desarrollo histórico alejado de las directrices romanas. Cuando llega el momento de la Independencia, la alta jerarquía eclesiástica permanece fiel a la monarquía, mientras que el clero y las bases tienen una decidida participación en las gestas independentistas.
Ello permite a la Iglesia sobrevivir al desmoronamiento del imperio. Más aún: puede decirse que en muchos aspectos le va mejor con el triunfo de las antiguas colonias, pues en lugar de tener que lidiar con una Corona experimentada, pasa a ser una fuerza decisiva y beligerante, dado su enorme capital simbólico y económico, en la estructuración política y social de las débiles naciones latinoamericanas.