María Claudia: hace 34 años Miguel Uribe Londoño cargó a su hijo Miguel durante el funeral de su madre, Diana Turbay, asesinada por el narcotráfico. Esta vez te ha tocado a ti sostener en brazos a tu pequeño Alejandro en la desgarradora despedida de su padre, ejecutado por una fuerza oscura, malévola, que ha dejado a una familia rota de dolor y a un país en pausa.

Toda muerte inesperada, en especial las que son el resultado de perversas maquinaciones, impacta en lo más profundo del alma, pero la de tu amado Miguel ha sido especialmente devastadora. Y conste que esta es una nación en la que, por su desafortunada recurrencia, los crímenes de sus líderes políticos, sociales o ambientales terminaron por normalizarse. Desgracia incalculable que ha sembrado de vacíos irreparables los hogares de nuestro país.

Con el alma hecha pedazos, Colombia te escuchó decir que Miguel no quería que ningún niño repitiera lo que él tuvo que vivir a sus cuatro años. Sí, la impronta de su destino era trabajar a diario por un país sin violencia. Sin embargo, en la más retorcida ironía que el ser humano pueda imaginar, Alejandro ha revivido con pasmosa exactitud su historia de dolor.

Quienes son creyentes, como tú misma, que te has revelado como una mujer de admirable fe, saben que la vida no acaba con la muerte, sino que se prolonga en la memoria e incluso más, hasta el día del anhelado reencuentro porque mientras se ame, ninguna vida se pierde.

Aunque también es verídico que la de Miguel se la arrebataron los violentos de la manera más cruel e infame. Haces bien en demandar justicia. Es un reclamo indispensable, como lo es exigir la máxima responsabilidad del presidente Petro para que deje de lanzar hipótesis sobre los autores del magnicidio o de establecer móviles distintos al político. Sus conjeturas, sin pruebas ni certezas, envilecen un ambiente ya cargado de tensiones que podría desatar un incendio. Con sensatez, luego de que el jefe de Estado dijera que era probable que el Eln hubiera sido el artífice del asesinato, la Fiscalía salió a precisar que no tenía indicios de ello.

María Claudia, convocaste a los colegas y amigos políticos de Miguel a honrar su sacrificio, a seguir su legado de decencia, rectitud y servicio, a abrir espacios para sumar todas las formas de pensar y las distintas ideologías, “arropadas siempre bajo el manto sagrado de la democracia, no de las armas ni de la destrucción”. Ese es el camino, el de la defensa de la vida, que transcurre paralelo al de la construcción de la paz, bajo los pilares fundamentales de la seguridad y justicia que en ningún caso deben ser fuentes de venganza, rencor u odio.

Como nadie, compartías ese esperanzador derrotero que tu titán recorría con la ilusión de fortalecer la democracia de nuestra nación. Convencido de que sí era posible construir entre todos un país justo, seguro, libre de violencia y del dolor que él conoció siendo tan pequeño, Miguel encontró en el perdón toda la fortaleza para reescribir su historia con confianza y optimismo, no como una condena que sentenciara su vivir a la amargura de la banalidad.

Miguel, lo tienes claro, decidió no revolver su pasado para no envenenar su presente ni mucho menos su futuro. Lejos de actos de venganza o reclamos de castigo, confió en las instituciones, que él mismo representó hasta el último de sus días. Entendió que la vida, el bien más preciado, debía ser cuidada, por eso demandaba protección y respeto para todos.

La absurda e irracional violencia que destrozó tu familia, ese inconmensurable acto de maldad que los dejó sin Miguel, ha privado a Colombia durante las últimas tres décadas de seres valiosos que soñaban con cambiar su historia. Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo o Álvaro Gómez Hurtado son parte del listado de la infamia.

Es desolador constatar cómo los llamados para desamar el lenguaje y los corazones envenenados de rabia, esos que procuran edificar paz electoral en medio de un tiempo de recrudecida violencia contra los liderazgos, caen en saco roto. Todos los frentes políticos reclaman respeto, consenso y unidad, pero olvidan que también deben darlo en un ejercicio de reconocimiento mutuo. Ser contradictores no nos hace enemigos irreconciliables. No se puede menos que lamentar que, con el telón de fondo del magnicidio de Miguel, quien así lo había entendido, unos y otros, Gobierno y oposición, se trenzaran en acusaciones inanes.

María Claudia, lo has hecho bien al unir a Colombia alrededor de la lucha que dio Miguel por seguir al lado de su familia. Lo harás aún mejor dándoles a tus hijos una vida de amor, sin odio ni rencores. En una sociedad históricamente marcada por la violencia, hagamos votos para que la sangre de este mártir de la democracia, de tantos que lo precedieron y de quienes a diario mueren a manos de la violencia asesina, nos revele el valor del perdón, de la reconciliación, para poder volver a reencontrarnos con esperanza, fuera de este extravío.