Este año se conmemora el quinto centenario de la muerte de Antonio de Nebrija. No hablaré aquí sobre su muerte, tampoco sobre su vida. Me referiré solo a cierto contexto que de seguro será decorosamente olvidado cuando se exalte la memoria del humanista andaluz.
El mismo año del desembarco de Colón en Guanahani, los Reyes Católicos consiguen expulsar a Boabdil, último rey musulmán de Granada, y Nebrija publica la primera edición de su célebre Gramática castellana. El primer hecho constituye el preludio de la Conquista de América; el segundo, el fin de la Reconquista ibérica; y el tercero, el fundamento para el auge de la lengua y la expansión del imperio. 1492 es también el año de expedición del decreto de la Alhambra, mediante el cual, bajo pena de muerte o de expulsión, se exige la conversión de todos los judíos al catolicismo.
Estos acontecimientos fundamentales para la historia cultural hispánica son, sin embargo, intercambiables con las categorías de unificación nacional hispanocatólica y de expansión imperial. En ellos se cifran las estrategias de conversión religiosa y lingüística del colonialismo hispánico. Eduardo Subirats sostiene que aquello que recibe el nombre de hispanidad, bien puede entenderse como una larga y sangrienta tradición de intolerancia y miradas cortas, que surge de tres traumas históricos bien definidos: la expulsión de moros y judíos de la Península Ibérica; la «destrucción de las Indias»; y las secuelas culturales, políticas e ideológicas que se derivan de los dos primeros traumas y desembocan en lo que califica como una modernidad rota o decapitada.
Juan Goytisolo, uno de los críticos más reconocidos y respetados del nacionalismo católico, resume la cuestión de la siguiente manera: «La casta militar de Castilla se impuso a las minorías divergentes y a las zonas periféricas de la Península a finales del siglo XV. Bajo los Reyes Católicos el ideal castellano, religioso y guerrero, lleva sucesivamente a la unidad nacional, a la desaparición del último reino árabe, a la expulsión de los judíos, al descubrimiento y a la conquista de América, a las guerras religiosas emprendidas en Europa en nombre de la Contrarreforma.»
Así como el poderío militar se impone a las minorías divergentes, la historiografía nacionalista termina por imponer la ficción de la esencial unidad española conferida por la sangre, la lengua y la cruz. La violencia militar y religiosa de la Cruzada nacional cristiano-española, así como la expulsión de los hispanojudíos, es silenciada por el mito glorioso de la “Reconquista”. En nombre de una España monolítica, homogénea y sustancial, los Reyes Católicos desconocen una larga tradición de pluralismo lingüístico, cultural, étnico y religioso.
Para quienes aún no ven la relación de la gramática con la sangrienta tradición que aquí he bosquejado, dejo estas palabras de Nebrija para la reina: «Después de que su alteza haya sometido a bárbaros pueblos y naciones de diversas lenguas, con la conquista vendrá la necesidad de aceptar las leyes que el conquistador impone a los conquistados, y entre ellos nuestro idioma; con esta obra mía, serán capaces de aprenderlo, tal como nosotros aprendemos latín a través de la gramática latina».
Neruda lo dijo mejor al referirse a los conquistadores torvos: «Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras».