¡Y con el tiempo empeoramos! Aquí no se salva nadie, entre otras causas porque para poder conducir en Barranquilla, tenemos a la fuerza que cometer todo tipo de arbitrariedades. Cualquier día de semana en cualquier vía local de elevado tráfico, casi podría asegurarse que no hay cuadra en la que no se esté cometiendo una infracción, o por lo menos una flagrante estupidez por cuenta de cualquier conductor. Las diferentes infracciones que se cometen a lo largo y ancho de nuestra malla vial las conocemos y simultáneamente, las cometemos con la mayor tranquilidad, entre otras razones, porque sabemos que no seremos sancionados. Lo absurdo es que para un elevado porcentaje de conductores manejar su vehículo de esa manera es muestra de habilidad en la conducción.

Ese desorden, producto directo de nuestro reconocido meimportaculismo, que no es otra cosa que actuar sobre la base de “primero yo, segundo yo, tercero yo, y los demás me importan un soberano huevo”, les da, supuestamente, el derecho a un elevadísimo porcentaje de desadaptados, para estacionar donde les dé su regalada gana sin importarles perjudicar a muchos. Así obstruir los cruces les resulta normal, al punto que si el respetuoso conductor de adelante, deja la distancia necesaria para no obstruirlo, el pito del de atrás no se hace esperar. Girar hacia cualquier lado sin transitar por el carril correspondiente, invadiendo a la fuerza varios carriles, nos parece algo normal. Aquí son miles los conductores que ni un solo día de su vida han utilizado las luces direccionales al girar. Son incontables los que conducen como morrocoyos al acercarse a un semáforo en verde, pero al apreciar que va a cambiar a rojo, aceleran afectando al de atrás, ocasionando obvios disgustos a terceros. Y así se desenvuelve nuestro desplazamiento cotidiano, entre carros, camionetas y camiones repartidores mal estacionados, motocicletas atravesándose entre los autos, repartidores en cicla conduciendo en contravía, carros de mula y carretilleros, limpiadores de parabrisas y vendedores en los semáforos, absurdas rampas de parqueo perpendiculares a las calzadas, conductores de buses recogiendo o dejando pasajeros donde les venga en gana, a velocidades de vértigo para rebasar al de adelante, o ratoneando en búsqueda de pasajeros, y taxistas interrumpiendo el tráfico mientras se negocia el valor de la carrera.

Obviamente, lo más sencillo es achacar los llamados trancones y la pobre movilidad solo a nuestra malla vial, e ingenuamente se piensa que ampliando las calzadas se organizaría el tráfico. Está claro que sí se requiere de un rediseño vial en cientos de puntos de la ciudad para optimizar intersecciones, pero no es menos cierto que además debemos cambiar nuestra actitud. Mientras ambos cambios no ocurran, tanto el rediseño puntual de cientos de intersecciones, como el cambio de comportamiento de los conductores, la ciudad continuará con un tráfico vehicular caótico, con el que se demuestra a cualquiera que nos visite, que además de extrovertidos, lo cual es muy bacano, somos unos perfectos irresponsables al volante. Parecería que los barranquilleros nunca hubieran analizado lo agradable que sería conducir de manera correcta, obedeciendo las normas y respetando al prójimo; ni los funcionarios del Distrito, la gran diferencia que existe entre nuestras calzadas de pobrísimo diseño y las de ciudades desarrolladas. Cultura vial y un rediseño tipo Acupuntura Urbana, son dos tareas pendientes y urgentes.

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