Cualquiera que me conozca, o que haya leído mis columnas durante años, no dudará que yo soy más barranquillero que el carajo, y es por esa razón que mis columnas también lo son. Y esta esencia currambera me lleva a estar analizando las vainas de mi ciudad y región, y a compararlas con otras del país, o del exterior. Hay una que desde hace años he tratado de analizar, y es nada más y nada menos, que lo que significan para los barranquilleros y caribes, los barrios en que nacieron o se criaron, porque nada es más cierto, que el orgullo que cualquier quillero manifiesta por ese pedazo de ciudad que lo vio crecer. Entonces me pongo a elucubrar acerca de las llamadas “comunas” de ciudades del interior del país, y a analizar la gran diferencia que yo percibo entre un barrio y una comuna.

Nelson Pinedo, el cantante barranquillero que más admiro, era orgullosamente rebolero, y a Rebolo lo llevó siempre en el alma, al igual que Teófilo Gutiérrez, el popular “teo” con su barrio “La Chinita”. Esa es una condición propia de nosotros, “yo soy barriobajero”, manifiestan los criados en el barrio Abajo. ¿De qué barrio es el “pibe”? ¡de “Pescaíto”! En mi caso, nací en la calle Calamar entre Sabanilla y Lourdes, corazón del barrio Boston. ¿Quieren saber la dirección? búsquenla en Google: En “Calles y callejones de la vieja Barranquilla”, nombres mandados al cuarto de san Alejo por quienes han tenido la obligación de mantenerlos en el tiempo con señalizaciones esquineras, reemplazadas exclusivamente por los muy útiles, pero obviamente fríos, mojones de nomenclatura.

Cuando diseñé e imprimí el único plano informativo y turístico que ha tenido esta ciudad, del cual tengo Derechos de Autor, pero que ha sido más chimbeado que whisky caro, además de mostrar en este con claridad, sus calles y avenidas, así como sus edificaciones más emblemáticas, con mucho cuidado diferencié sus barrios con tonalidades diferentes, resaltando sus nombres, y me llamaba la atención cómo, cada vez que se lo mostraba a alguien, su vista se dirigía enseguida buscando su barrio de crianza, eso me demostró aún más, la fuerza que tienen nuestros barrios en el espíritu quillero, y en el caribeño también.

Hace casi 30 años me sucedió un episodio que quizás para otro hubiera pasado desapercibido. Esperaba en el aeropuerto Ernesto Cortissoz a un desconocido que como un favor, me estaba trayendo un encargo que me habían enviado de Curazao. Me reconoció por un cartón que yo mostraba con mi nombre, y me lo entregó. Le pregunté si vivía allá, y me dijo: “No, vivo y trabajo en Saint Maarten desde hace 8 años, hice escala en Curazao, porque como buen barranquillero vengo siempre a los carnavales, y en mi barrio San Felipe hacemos un culo e parrandón”. Entonces me tiró esta perla: “Llave, si quien vive en Barranquilla, muere y va pa´l cielo, va perdiendo”, y remató: “como San Felipe, no hay dos”.

Obvio que no soy quien, para pontificar sobre las comunas de Medellín o de Cali, por ejemplo, pero intuyo que no deben generar el mismo sentido de pertenencia que un barrio. Y lo supongo porque canciones que mencionan el barrio como algo nostálgico y de mucha recordación, las hay. “Chicos de mi barrio con la cara sucia y el cabello largo”, y así otras. Pero no imagino una canción dedicada a una comuna, porque no la percibo romántica, la siento como discriminatoria. Aquí todos vivimos en barrios, mientras que allá los ricos viven en barrios, pero los muy pobres en comunas. Ustedes, amables lectores, ¿qué opinan sobre el tema?

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