Todos los días me levanto y me acuesto pensando en el futuro. Me despierto pensando en esta crisis que ha sabido ocupar cada espacio de nuestras vidas, de nuestras rutinas, de nuestras formas de comunicarnos y, por supuesto, de nuestros planes. No hago otra cosa que imaginarme lo que vendrá, ¿cómo seremos cuando todo acabe? ¿qué costumbres sobrevivirán? ¿cómo y de qué formas nuestras interacciones cambiarán?, pero sobre todo, ¿habrá posibilidad de que la normalidad que conocíamos, vuelva a serlo?

Y aunque la mayor parte del tiempo me da terror pensar en lo que sucederá, y mi mente no logra evitar imaginarse con dolor las empresas que se quebrarán, las industrias que se verán fuertemente golpeadas, el desempleo que esto ocasionará y, por ende, el hambre que empezará a acechar, porque así como sucede con las piezas de un dominó puestas en fila, una cosa llevará a la otra y, finalmente, lo más alarmante será que tantas familias caerán en la más absoluta miseria, hay veces que siento que todo esto que está ocurriendo será positivo en alguna forma.

Sé que en este instante, pocos estarán pensando en las ‘bondades’ de esta pandemia y, más bien, estarán utilizando todas sus energías para sobrevivir a ella, pero precisamente porque estamos en una situación dónde nos invaden las malas noticias, creo que es indispensable que hablemos también sobre lo que aportará este momento que estamos viviendo a la historia de la humanidad.

Tengo la certeza de que a pesar de lo que esto signifique económicamente para el corto y mediano plazo, a este mundo, a esta generación, y a las que vienen en camino, se nos está dando una importante lección. Habíamos llegado a un punto de saturación tan alto, que ya nada era sostenible. Una sociedad de consumo que le había hecho un daño tan grande al Planeta Tierra, que nos estábamos quedando sin recursos, sin fauna y flora, sin agua potable y sin un porvenir seguro. Si algo nos ha dejado esta crisis, es que la agricultura es fundamental para la vida, y si no cuidamos nuestro mundo, y por ende, logramos que sus ciclos vuelvan a la normalidad, es decir, que llueva cuando tenga que llover, impidiendo así que se desaten tormentas que arrastran con todo o que vengan sequías casi interminables, que igualmente acaban con todo, no vamos a llegar a ninguna parte. Si algo nos ha dejado esta tragedia que ha cobrado ya muchas muertes a nivel mundial y que ha, literalmente, paralizado a todos los países, es que las necesidades son unas, y los lujos son otros. Si algo nos va a dejar esto es que lo imprescindible no es lo que creíamos que era.

Por eso es que pienso que lo bueno es que los estilos de vidas van a tener que cambiar. Sin la posibilidad de excesos, aprendemos a vivir con lo básico, y también, aprendemos la importancia de la familia. Cuando no hay ruido, cuando ya no hay eventos sociales, cuando ya no hay comparaciones, cuando ya no podemos ‘envidiar’ al otro por lo que muestra en redes sociales, nos damos cuenta de que no ‘necesitamos’ tanta ropa, zapatos, y cosas materiales. No ‘necesitamos’ el último carro. No ‘necesitamos’ tener joyas, carteras y perfumes, para ser feliz.

Porque realmente, lo único que necesitamos es salud, comida, techo y amor. Lo demás, no vale.