Los números no mienten
Smil señala que uno de los mejores indicadores para establecer la calidad de vida de una sociedad es la tasa de mortalidad infantil.
Vaclav Smil es un profesor emérito de la Universidad de Manitoba. Aunque ha escrito más de cuarenta libros y ha sido mencionado con elogios por Bill Gates y Steven Pinker, su obra todavía es poco conocida en nuestra región. Uno de sus últimos libros da título a esta columna, una afirmación que encuentro necesaria para navegar en esta época tan frenética como confusa, en la que se necesitan asideros confiables que nos permitan mantener la sensatez y protegernos del descontrolado torrente de información que amenaza con destruirnos.
En sus páginas Smil aborda muchos temas, fundamentando sus textos con referencias estadísticas publicadas por reconocidas instituciones o consignadas en artículos científicos. Son más de setenta reflexiones, cortas y precisas, sobre las tasas de crecimiento poblacional, la calidad de vida y los indicadores de bienestar, los avances tecnológicos, la evolución de los usos de la energía y los combustibles, el transporte y el medio ambiente. Su lectura nos entrega un panorama razonable del estado de las cosas, liberado de sesgos políticos y pretensiones apocalípticas, nutrido de datos y concisas explicaciones. Quién lo diría, las ecuaciones y los números parecen ofrecer más alivio que los discursos.
Pandemia aparte, reconocer que el mundo está mejorando a pasos acelerados, en casi todos los aspectos, no siempre encaja bien. La aproximación objetiva a los hechos se nubla ante las interpretaciones que prefieren un escenario de inminente debacle, el caldo de cultivo del político oportunista a quien no le sirve que nada funcione si no ha sido propiciado por él o por sus aliados. Sin embargo, aunque quedan muchas cosas por mejorar, la realidad contradice al pesimista y se aleja del relato negativo. Veamos un ejemplo:
Smil señala que uno de los mejores indicadores para establecer la calidad de vida de una sociedad es la tasa de mortalidad infantil, es decir el número de niños que mueren antes de cumplir el primer año de vida por cada 1000 nacimientos. Para que esa tasa mejore se necesitan varias variables: un buen servicio de salud, cuidado prenatal y del bebé prematuro, buena nutrición de la madre y el bebé, y condiciones sanitarias adecuadas. Para tal efecto, es una medida más precisa que el PIB per cápita.
Según ese indicador, en lo que va del siglo el nivel de vida de casi todos los países ha mejorado notablemente. El mundo ha pasado de una tasa de 53 fallecimientos a una de 28, una mejora del 47% en apenas 19 años. En nuestro país también hemos avanzado, pasando de una tasa de 21 a una de 12, una mejora del 42%. Es un logro notable. Países con problemáticas terribles, especialmente en África, aunque muy rezagados todavía, siguen una tendencia positiva. Somalia y Sierra Leona han mejorado sus estándares en un 28% y 42%, respectivamente. Uno de los pocos países que han experimentado deterioro es Venezuela. El país vecino ha retrocedido en un 16%, llegando incluso a niveles que habían superado desde 1996, un caso sorprendente que merecería mayores análisis.
Los números no mienten, nos muestran la realidad tal como es, para que la interpretemos de la mejor manera posible. Por eso son tan valiosos los aportes de autores como Vaclav Smil, ojalá los lectores se animen a explorarlo.
moreno.slagter@yahoo.com
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