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EL ESTADO COMO PACIENTE

El gobierno de turno está sometiendo al Estado colombiano a un sinfín de complicadas operaciones simultáneas. Estamos interviniendo el corazón, el cerebro, los riñones, todo. Reforma al sistema de salud, reforma al sistema de pensiones, reforma laboral, modificación del esquema de generación eléctrica, insinuaciones sobre controles a las tarifas de servicios públicos, reforma política; esa apenas es una relación incompleta de lo que se pretende hacer.

La idea de comparar el Estado con un cuerpo humano no es nueva. Desde hace rato se habla de la «cabeza» del Estado y de su responsabilidad para mantener la unión de sus miembros, especialmente en tiempos de crisis. La noción puede remontarse hasta el cristianismo antiguo y la ekklesía, parte del llamado «cuerpo místico» de Cristo, que según señala David Hernández de la Fuente, de cierta forma derivó en lo que conocemos como «cuerpo político». No es este el espacio idóneo para profundizar en tales conceptos, al lector le bastará con aceptar que es una metáfora recurrente.

Entonces, el Estado se enferma como las personas, o quizá nunca está del todo sano y por eso siempre vive tendido en la mesa del quirófano. Los procedimientos son frecuentes. Es una manera de entender la necesidad de reformarlo con tanta regularidad, especialmente cuando es un Estado en proceso de maduración, joven, todavía acosado por los turbulentos momentos de su nacimiento. Colombia encaja en una descripción así, un borrador de Estado que, me temo, está apenas saliendo de su compleja infancia.

El gobierno de turno está sometiendo al Estado colombiano a un sinfín de complicadas operaciones simultáneas. Estamos interviniendo el corazón, el cerebro, los riñones, todo. Reforma al sistema de salud, reforma al sistema de pensiones, reforma laboral, modificación del esquema de generación eléctrica, insinuaciones sobre controles a las tarifas de servicios públicos, reforma política; esa apenas es una relación incompleta de lo que se pretende hacer. Lo malo de una ambición correctiva tan desmedida, es que las probabilidades de fracaso son directamente proporcionales a la cantidad de iniciativas. Una operación de corazón abierto es, digamos, sumamente delicada, pero se complicará aún más si la hacemos simultáneamente con una neurocirugía y con un trasplante de riñón. 

Si se pretende seguir con esos planes al mismo tiempo, posición desaconsejable desde cualquier punto de vista, al menos se esperaría que en la sala de cirugía participen los mejores médicos del mundo, la única manera de mitigar los escandalosos riesgos. Pero no. Hasta ahora, y salvo algunas excepciones, las personas encargadas de tales proyectos son más activistas que técnicas, con lo cual la posibilidad de que el Estado colombiano se complique en la mesa de operaciones es muy alta. Faltan los expertos, los académicos, la claridad de los datos, los debates libres de posiciones inflexibles que nos permitan racionalizar los ajustes. O hacemos eso o se nos puede morir el paciente.

moreno.slagter@yahoo.com

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