Los sistemas sociales y de gobierno de los países escandinavos son entendidos como referentes casi universales, y salen a la palestra permanentemente cuando se discuten políticas de desarrollo. «Cómo en Suecia», «en Noruega es así», y mantras similares, abundan en ese tipo de conversaciones. Es cierto, esos países han logrado un equilibrio casi milagroso entre capitalismo y socialismo, de tal forma que haríamos bien intentando comprender cómo funcionan.
En Dinamarca se ha puesto en marcha un programa que está usando la demolición y la relocalización para reconfigurar barrios con altas proporciones de inmigrantes. En el New York Times, que publicó la noticia hace unas semanas, explican que medios daneses han definido la iniciativa como el mayor experimento social del siglo. La idea general es evitar el establecimiento de «sociedades paralelas», excesivamente homogéneas, mediante la demolición de miles de apartamentos, que serán reemplazados por unidades de vivienda más costosas y en cierta forma pensadas para que se establezcan ciudadanos daneses no inmigrantes. Así, el gobierno espera que la mezcla resultante le ofrezca mejores oportunidades de desarrollo e integración a los inmigrantes, especialmente musulmanes, quienes reciben un apoyo integral para su relocalización en otros vecindarios.
Como era de esperarse, el programa recibe tantas críticas como halagos. Muchas familias que se han visto obligadas a mudarse llevaban décadas establecidas en sus casas y no encuentran razones para moverse, no tenían quejas de su entorno. Por eso, ciertos críticos han sostenido que el programa debería ser voluntario y no obligatorio, dado que, en la práctica, esta especie de destierro destruye comunidades que llevaban décadas consolidándose. Incluso se ha entendido que hay algo de racismo y discriminación en la medida.
Por otro lado, los defensores de la idea sostienen que esos Ghettos (expresión que el gobierno danés ha evitado), constituyen un caldo de cultivo para la formación de pandillas y la proliferación de crímenes. Señalan, además, que el éxito del estado de bienestar se sustenta en cierto nivel de confianza y acuerdos tácitos, y que para eso es necesaria una integración real, con el aprendizaje del idioma y las costumbres del país receptor.
Por ahora, es difícil adivinar lo que pasará, habrá que estar pendientes. Lo cierto es que lo que suceda con el programa danés, puede darnos algunas lecciones importantes sobre políticas de desarrollo urbano, integración y convivencia ciudadana; eso que tanta falta nos hace por estos lados.
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