Las ideas autoritarias han venido ganando espacio. Titulares que registran el ascenso democrático de la extrema derecha en Europa se han repetido con frecuencia durante los últimos años y no parece que haya merma en la tendencia. Italia, Suecia, Finlandia, e incluso la prevenida Alemania, cuentan ya, aunque en diferentes escalas, con gobernantes que se arriman a esa zona del espectro político. En Latinoamérica quizá el caso más notorio es Nayib Bukele, el presidente de El Salvador, quien, con su agresiva campaña contra las pandillas, ha alcanzado niveles de popularidad nunca vistos en ese país y ya está motivando algunos imitadores.
Ante ese fenómeno, muchos analistas —y no pocos políticos—, optan por buscar las explicaciones más trilladas, alegando malas prácticas en el manejo de la información, populismo, intolerancia, fobias diversas o racismo puro y duro. Es probable que mucho de eso sea verdad, sin embargo, no parece haber mucha disposición para reconocer los errores o para revisar con juicio lo que lleva a una persona a sentir preferencia por ese tipo de planteamientos. Personalmente, creo que parte del problema se relaciona con la percepción de inseguridad, que en algunos casos es fiel reflejo de la realidad y no una invención de las redes o de cualquier otro medio de comunicación masivo.
En Colombia, donde estamos familiarizados con la violencia, un suceso reciente resulta ejemplar para describir la creciente indefensión ciudadana. El pasado jueves por la tarde, dos ladrones armados sembraron caos en la carrera séptima de Bogotá, a metros de unas instalaciones militares, obstaculizando el tráfico, disparando y agrediendo a los transeúntes. No se trataba de una vía remota, en un entorno peligroso, sino de una de las avenidas más emblemáticas de la capital.
En el momento que escribo esta columna, los delincuentes no han sido capturados, y para rematar, el incidente motivó un enfrentamiento mediático entre la alcaldesa de la ciudad y funcionarios de la policía, demostrando una notable descoordinación. Mientras tanto, el ciudadano suma razones para el descontento y se siente cada vez más solo, sin asidero ni refugio. Si esto pasa en la carrera séptima podrá pasar en cualquier lado.
Con creciente angustia, la gente empieza a buscar una opción que le prometa control, cayendo presa fácil de la manipulación política. La tranquilidad importa. Habrá que esforzarse por encontrar una propuesta en la que se honre la seguridad como debe ser, sin atropellos, favoreciendo la justicia en vez del miedo. Porque con ese tipo de riesgos y tensiones nunca va a ser posible encontrar la senda del desarrollo.
moreno.slagter@yahoo.com








