El centralismo de este país es agotador. La periferia, los territorios, la Colombia profunda, son términos que (adecuadamente, aunque no nos encanten) cada tanto usan para denominar todo lo que esté por fuera de la capital. No hay que estar en política para sentirlo (o más bien, padecerlo), por experiencia puedo confirmar que se experimenta en similar medida en el sector público y privado.

La semana pasada se viralizó un video del senador liberal Mauricio Gómez en el que decía que para Bogotá la discusión es siempre en billones, pero para nosotros en el caribe es en millones -que muchas veces no llegan-. “Barranquilla lleva pidiendo durante 5 años 1 billón para Transmetro y Cartagena 500.000 millones para Transcaribe” sin éxito, señalaba el congresista.

El centralismo no nada más nos incomoda, nos molesta hasta enardecernos. ¿Por qué? Porque nos detiene en las regiones. Sin embargo y desafortunadamente este fenómeno no es novedoso y tampoco exclusivo de Colombia. El pulso por mayor descentralización ha hecho parte de nuestra historia y de la de la gran mayoría de países.

El hartazgo ha llevado a los gobernadores a proponer una “Colombia Federal”, a la que por supuesto falta echarle numero a sus cifras, pero no es más que otro síntoma de las asfixie que vivimos. En el periodo anterior, los mandatarios departamentales también se unieron y pedalearon la Ley de Regiones liderada por Verano de la Rosa, fruto de ese esfuerzo hoy varias RAPs se han fortalecido. Pero nada cambia de fondo. Sin importar si el gobierno es de derecha o de izquierda. El debate de la autonomía se sigue aplazando desde la Casa de Nariño.

Esto no es una batalla tribal entre cachacos y costeños. Por el contrario, existen varios estudios académicos que comprueban cómo a los bogotanos también les afecta el centralismo. Es una realidad abrumadora que enlentece cualquier proceso por mínimo que sea en una administración local.

Colombia necesita un debate entre mayores de edad para construir una ruta que permita destrabar este nudo que nos lleva apretando por siglos. Debemos evitar la discusión identitaria, esto no es un problema de rasgos poblaciones meramente, es un conflicto en materia de recursos fiscales y capacidad de gobierno. Hay voces importantes en la academia, en lo privado y en diferentes estamentos de lo público que deben participar conjuntamente.

Un gobierno nacional paternalista hacia lo local no le sirve a nadie. No es ágil para el centro, ni es merecido por la periferia. Los departamentos y municipios requieren mayor autonomía, sin ella la gestión de los territorios continuará siendo torpe, por decir lo menos.