La aparente estabilidad que caracterizó a Chile durante las últimas 3 décadas ha sido eclipsada en estos dos últimos años por un escenario dinámico, polarizante y que el pasado domingo concluyó con la elección de Gabriel Boric como el próximo presidente de los chilenos. Alejándome de la tentación de plantear posibles escenarios para Chile, y comprendiendo que nuestra carrera presidencial en Colombia apenas inicia, quiero llamar la atención hacia un elemento poco explorado pero muy presente en contextos de crisis políticas: las emociones.
La agónica contienda presidencial en el país austral, que comenzó con 7 candidatos y terminó en la segunda vuelta con los dos polos más opuestos, estuvo marcada por las referencias al miedo: el miedo al comunismo o al retorno al pinochetismo, el miedo al caos y desabastecimiento que caracterizó la época de la Unión Popular durante el 70-73 versus la persecución a los opositores durante la Dictadura. A diferencia de las elecciones anteriores, y por los modelos de sociedad que representaban ambos candidatos, esta elección tuvo un tinte fuertemente emocional, que resulta ser la mayor amenaza para garantizar niveles aceptables de gobernabilidad en los próximos años.
De esto último se desprenden dos desafíos aún mayores: las expectativas ciudadanas y la violencia política. El discurso refundacional de Gabriel Boric, que estuvo en sintonía con algunas de las demandas que alentaron las movilizaciones de 2019 y que orientan la actual Convención Constituyente, tuvieron eco en una sociedad civil que demandaba mayor presencia estatal en una diversidad de ámbitos.
Paradójicamente, las promesas poéticas de un “nuevo modelo de dignidad y justicia para todos” se enfrentan a una deuda pública cercana al 40% del PIB, a un contexto internacional con tasa de interés al alza y a un sector privado que teme a la próxima reforma tributaria. Así entonces, ¿cómo financiar los cambios? y más aún, ¿cómo hacerlo sin espantar inversionistas ni incumplirles a tus adherentes? En aras de evitar nuevos brotes de protestas, se hace necesario reforzar un discurso de cautela, que baje las expectativas y que supere posibles dicotomías entre buenos y malos, víctimas y verdugos o demócratas y facistas.
Finalmente, la violencia política que se tomó las redes sociales y las calles en Chile no solo enfrentó a seguidores de ambos candidatos y los proyectos representados, sino que también develó la necesidad de avanzar hacia una educación cívica caracterizada por la tolerancia por quien piensa, vota y se comporta diferente. En periodos de crisis, la politización ciudadana suele irrumpir como un impulsor, y a veces, justificador, de conductas inaceptables en una democracia; por ello, la condena de estas se hace necesarias para evitar que cualquier gobierno, incluyendo el de Gabriel Boric en Chile (o quien gane en Colombia) sea ridiculizado como el gobierno de un joven que sueña a hacer la revolución y que genere involución. Mis deseos de buen viento y mar al presidente más joven en la historia de Chile, al que evocó la esperanza en una juventud comprometida con la política y al que podrá marcar una pauta para el resto de la región.