Pocos temas han escapado del análisis del papa Francisco, un pontífice de pensamiento amplio, incluyente y con sensibilidad social, con quien se coincide –se profese o no el catolicismo–, por sus mensajes profundos, asertivos y sin temores ante intereses mezquinos o los callos que pueda pisar. Siempre está recalcando y dando ejemplo ante la necesidad de construir un mundo más justo, equitativo, en el que prevalezcan el amor, el respeto y la justicia.
Sin duda, su acción pastoral es un ejemplo de vida sencilla y comprometida con las problemáticas más álgidas que agobian a la sociedad global.
Bien ha dicho que “la injusticia es la raíz perversa de la pobreza”, y que el grito de los pobres ahora es más fuerte, pero también menos escuchado porque lo sofoca el estruendo de unos pocos ricos que cada vez son más ricos. Una radiografía cruda la reflejan las estadísticas de la ONG Oxfam, que ratifican la concentración de la riqueza en pocas manos: a 2018, 26 multimillonarios tenían más dinero que las 3.800 millones personas más pobres del mundo.
También se ha referido al homosexualismo, diciendo que las personas con estas preferencias no deben ser marginadas, y que “la tendencia no es el problema… ellos son nuestros hermanos”.
Él ha sentenciado con firmeza que “para ser un mal cristiano es mejor ser ateo”. ¿Cómo ir a la iglesia sin practicar la solidaridad, la humildad, caridad y justicia, entre otros valores católicos?
Asimismo, el pontífice se ha expresado con valentía contra la pederastia, al punto que acaba de liderar el Encuentro de Protección a los Menores en la Iglesia, en el que fueron escuchadas víctimas de sacerdotes pedófilos. Aunque no hay estadísticas claras, sí hay denuncias e investigaciones que dan cuenta de la magnitud de la problemática: en Pensilvania (Estados Unidos), se documentaron los casos de 1.000 menores víctimas de unos 300 sacerdotes; el año pasado, la Iglesia católica de Chile publicó las identidades de 43 de sus integrantes hallados culpables de pederastia; y en Colombia, la iglesia reconoció que hay denuncias de unos 100 casos.
En consonancia con la gravedad de estos hechos, es preciso que continúen aplicándose medidas drásticas a través de la justicia civil contra estas conductas dolosas que permitan sancionar con todo el peso de la ley a los responsables. El pasado 7 de marzo, de hecho, al cardenal y arzobispo de Lyon, Philipe Barbarin, le fue impuesta una condena de seis meses de prisión (con suspensión de pena), por encubrir un abuso sexual, por lo que también renunció; con lo que se empieza a castigar a quienes no denunciaron estas situaciones dolosas.
En buena hora el papa Francisco le está poniendo el pecho a estos escandalosos atropellos contra la dignidad humana y que, en su momento, empezó a enfrentar Benedicto XVI, quien expulsó a centenares de sacerdotes por estas conductas.
Loable misión cumple el papa por la recuperación de valores inherentes a la fe cristiana, pertinentes al respeto de la dignidad humana y la búsqueda de una sociedad justa y democrática.