Las tecnologías de la información y la comunicación nos facilitan acceso ilimitado al conocimiento y permiten la interacción con el mundo, al igual que, en momentos tan complejos como la pandemia, coadyuvaron y aseguraron la continuidad de la formación educativa, y fueron el medio eficaz para llegar a la población escolar en pleno aislamiento social, entre otras ventajas. Sin embargo, la masificación de las redes sociales junto con la proliferación y utilización indiscriminada de dispositivos móviles inteligentes como los celulares ha avivado el debate sobre la conveniencia de su uso en el espacio escolar por los menores de edad.
Países como Italia, Francia, Inglaterra y China, decidieron hace algunos años limitar la utilización de los teléfonos inteligentes al advertir sus efectos en el rendimiento escolar de los niños. En Colombia, se reactivó la discusión con la medida adoptada por la Unión de Colegios Internacionales (Uncoli), que asocia a 27 instituciones educativas privadas de Bogotá, de restringir su uso en el horario escolar, al valorar su impacto negativo en el entorno educativo y en el desarrollo sicosocial de los estudiantes.
El Ministerio de Educación Nacional estimó conveniente abrir espacios de diálogo y concertación en los consejos académicos de los colegios, con rectores, docentes, estudiantes y padres de familia para establecer en qué momentos se debe restringir la utilización de estos elementos, teniendo en cuenta también el empleo de las tecnologías para el aprendizaje en las aulas y el desarrollo de competencias digitales.
El uso desmesurado de los teléfonos inteligentes y las redes sociales ha sido relacionado con afectaciones serias en la conducta de niños y jóvenes, tales como depresión, ansiedad, reducción del sueño, falta de concentración y atención, escasa socialización, etc.
En el informe de 2023 ‘Tecnología en la educación: ¿una herramienta en los términos de quién?’, la Unesco recomienda que, aún cuando estas tecnologías pueden contribuir a la equidad y la inclusión, también pueden resultar excluyentes, irrelevantes, onerosas y hasta perjudiciales, por lo cual recomienda que sean introducidas en la educación “sobre la base de pruebas que demuestren que sería apropiada, equitativa, escalable y sostenible”.
Las familias deben sumarse activamente a este debate y aportar su visión y experiencia con las tecnologías para que los colegios puedan tomar las decisiones más convenientes para la salud mental, el aprendizaje y el bienestar general de nuestros hijos.