La hirviente temperatura que soportamos todos los días en el Caribe, así como las intensas lluvias, las inundaciones, el aumento del nivel del mar, los incendios forestales, las sequías, entre otros fenómenos que agobian al planeta, son expresiones colaterales de los efectos del desastroso cambio climático provocado por la especie humana.
Tal situación fue descrita fehacientemente por el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, como “las puertas del infierno” —que han sido abiertas por la humanidad —, en el marco de la reciente Cumbre sobre la Ambición Climática, a propósito del pronóstico de aumento de la temperatura global en 2,8°C, que nos llevaría inexorablemente a una inestabilidad ambiental mayor y un alto riesgo para nuestra supervivencia. Desde este espacio, los líderes mundiales fueron instados a apresurar, a toda marcha, la transición energética hacia tecnologías limpias, reducir las emisiones y proteger a las comunidades vulnerables. Los países desarrollados fueron también llamados a cumplir con un aporte de 100.000 millones de dólares para la reposición del Fondo Verde para el Clima y la financiación de acciones contra el cambio climático.
Lamentablemente, el panorama local no es muy distinto. Barranquilla, a pesar de su entorno geográfico envidiable, con mar, río, ciénagas, bosque seco tropical y otros tesoros de la naturaleza, irresponsablemente los ha degradado a lo largo del tiempo, reduciendo a espacios mínimos los entornos naturales. Por ello, hoy sufrimos graves consecuencias climáticas y, lo peor, es que aún continuamos intensificando el canibalismo ambiental. Por ejemplo, mientras se invierten ingentes recursos para la recuperación del ecosistema de la Ciénaga de Mallorquín, se destruyen, de manera masiva, las reservas del bosque seco tropical que enriquecen el entorno de dicha ciénaga.
Al respecto se refirió el exvicepresidente de la República, Gustavo Bell, en un artículo en la revista Contexto, acerca de la deforestación masiva provocada por la proliferación de urbanizaciones entre la prolongación de la Vía 40 y la carrera 53, zona de influencia del ecoparque de Mallorquín. El mismo tema ya había sido abordado por el columnista de este medio de comunicación, Horacio Brieva.
La cálida Barranquilla, al permitir que se tale de manera indiscriminada su bosque seco tropical, abre, aún más, las “puertas del infierno”, agravando su situación climática por lo que, al final del camino, herviremos entre cemento y asfalto.