
Seremos más pobres y más tontos
Todos los días los medios de comunicación nos dan la trágica noticia de nuevas personas fallecidas debido al coronavirus, y las frías e impersonales cifras al respecto nos hacen olvidar que detrás de cada muerte hay una persona, una historia y un dolor de familiares y amigos.
Los números atenúan nuestras emociones, esconden el nombre de cada uno de los que se fueron, ocultan sus historias, sus aportes, sus gustos, lo que los hacía felices y lo que los entristecía, encubren el dolor de sus deudos y la culpa que sienten por no haber podido hacer más para preservarles la vida.
Este virus nos ataca de todas las maneras. Una noticia publicada en EL HERALDO da cuenta de que el 64 % de las parejas ha terminado su relación. Esta pandemia, aparte del miedo a contagiarnos, ha trastocado todo nuestro sistema de vida. Estos cambios se presentan en múltiples formas: no nos habíamos dado cuenta de que la casa no es tanto un lugar para vivir sino donde llegar. Salíamos en la mañana y regresábamos al atardecer.
Este virus nos arrebató nuestra vida pública, las reuniones con nuestros compañeros de trabajo, el café con los amigos, pasear por las calles y centros comerciales, y las fiestas de fin de semana para romper con la rutina.
Nuestra vida privada necesita de lo público. La psicología explica que una intimidad invariable no es soportable para la mayoría de las parejas. Esto se está reflejando no solo en el aumento de las separaciones, sino también en el incremento de la violencia doméstica.
Otro aspecto que la psicología está estudiando es el enclaustramiento y el tamaño de la vivienda. Cuando el espacio es reducido aumenta la agresión. Un estudio puso a vivir a ratas en una amplia jaula. Al principio, la convivencia era muy pacífica, pero a medida que se fueron reproduciendo, el espacio se fue tornando pequeño y se comenzó a observar todo tipo de violencias y conductas sexuales atípicas.
Hace algún tiempo, por curiosidad visité un apartamento para la venta de 58 metros cuadrados. Tenía sala, comedor, cocina y dos habitaciones. Sería bueno preguntarse, ¿cómo será la convivencia de 24 horas al día, sin poder salir por el toque de queda, de cinco personas en ese pequeño espacio?
También la psicología está estudiando cómo la pandemia ha afectado hasta la apariencia física, especialmente en las mujeres: el cuidado del cabello, el maquillaje, el vestido. Siempre existe el deseo superficial de arreglarse y ponerse un bonito vestuario para lucir bien ante los otros. Al no existir vida pública, disminuye el interés por verse bien. Por ejemplo, solo me visto formal cuando me pongo frente a la tablet o el computador para dictar una clase o una conferencia. Este virus nos ha robado hasta lo superfluo de nuestras vidas.
Aparte de enfermarnos y matarnos, la covid-19 nos está quitando todo: el saludo de mano, los besos, los abrazos, la comida compartida. Lo que nos hacía feliz, hoy es un potencial peligro y fuente generadora de angustias. Nos da temor que un desconocido se nos aproxime demasiado, y a muchos las incertidumbres económicas no los dejan dormir.
Termino esta lúgubre columna comentándoles que estoy leyendo un estudio sobre el enclaustramiento y el deterioro de la memoria. Después de leerlo, les puedo augurar que en el futuro todos seremos más tontos y más pobres.
joseamaramar@yahoo.com
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