Después del racismo y el sexismo, el edadismo es la tercera forma más prevalente de discriminación en el mundo. Durante el reciente debate presidencial en Estados Unidos, el presidente Joe Biden dio la impresión de presentar síntomas de disfunción cognitiva, asociada de inmediato a su vejez por prejuicios, aunque este trastorno puede manifestarse a cualquier edad.

Podríamos mencionar numerosos nombres de personas mayores con grandes responsabilidades. Putin en Rusia y Xi Jinping en China lideran naciones poderosas a los setenta y un años. Warren Buffett, quien dirige uno de los imperios económicos más influyentes del mundo, tiene noventa y tres años. Donald Trump se acerca a los setenta y ocho años, y en Colombia, el exitoso empresario Luis Carlos Sarmiento tiene noventa y un años. Además, muchos de los científicos más destacados del mundo superan los sesenta años.

Lamentablemente, a menudo se percibe a las personas sexagenarias como tristes, enfermas y con discapacidades físicas y cognitivas. Esta percepción errónea está lejos de la realidad actual, donde la mayoría de las personas mayores llegan a la vejez en mejores condiciones sanitarias y socioeconómicas, manteniéndose activas y entusiastas.

En nuestro país, muchos ancianos enfrentan fragilidades, vidas precarias y enfermedades crónicas, pero esta situación no es exclusiva de la edad, sino una consecuencia de las adversidades enfrentadas a lo largo de sus vidas. Basta mencionar que aún hay regiones donde la inseguridad alimentaria afecta al cuarenta por ciento de la población. En una sociedad con deficiencias alimentarias, el envejecimiento inevitablemente trae consigo limitaciones.

Este prejuicio hacia los mayores está cada vez más arraigado en el pensamiento de los jóvenes, quienes, con todo respeto, a menudo no han aportado mucho más al mundo que actividades deportivas, populismo en redes sociales o frivolidades seguidas por miles.

A menudo, el Estado mismo perpetúa este prejuicio con leyes que consideran a los sexagenarios como ciudadanos de segunda clase, incapaces de contribuir laboralmente o asumir responsabilidades, a pesar de estudios que demuestran que la experiencia acumulada en esos años puede aportar mucho a generaciones más jóvenes.

Al alcanzar los sesenta años, al igual que en cualquier otra etapa de la vida, surgen cambios físicos, psicológicos y sociales, especialmente en el ámbito laboral y familiar, que nos obligan a reevaluar nuestras vidas. Aunque notemos el envejecimiento del cuerpo, cambios en la respuesta sexual y ajustes psicológicos, este período también puede ser de autodescubrimiento y crecimiento personal, mejorando así nuestra calidad de vida.