En el año 1995 la paz en el Medio Oriente estuvo a punto de lograrse. Con la mediación del presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, Israel y la OLP firmaron un acuerdo de paz que permitía sentar las bases de una posible solución al conflicto Israelí-Palestino. Lo acordado consistía en que Israel se comprometía a dar autonomía y reconocer a la Autoridad Nacional de Palestina y a desalojar una buena parte de los territorios palestinos ocupados, y que éstos reconocían también el Estado de Israel y su derecho a existir. La firma de este acuerdo fue secundado por el líder palestino Yasir Arafat y por el Ministro israelí del momento, Isaac Rabin.
Después de la firma, Rabin fue recibido en Israel por más de cien mil jóvenes entusiastas. Las últimas palabras de su discurso fueron: “Hagamos la paz.” Cuando dejaba el lugar, un judío ultranacionalista lo asesinó de un disparo.
Los rabinos fundamentalistas consideraron a Rabin un traidor y apuntaron contra él una autorización para asesinarlo. Benjamín Netanyahu, líder de la oposición, fue el orador principal de la propuesta contra los acuerdos y dirigió el cántico de Muerte a Rabin.
Ante el asesinato de Rabin, el ministro Simón Pérez llamó a elecciones siendo un amplio favorecido en las encuestas, que le daban 20 puntos de ventaja sobre Netanyahu. Sin embargo, en Palestina el Movimiento de Resistencia Islámico “Hamás” tampoco compartía los acuerdos de Oslo, y ante el asesinato de Rabin realizó una serie de ataques en Israel, que dejo 59 civiles asesinados, que hicieron que la mayoría de ese país cambiara su opinión y eligieran a Netanyahu como Primer Ministro.
La BBC de Londres señaló que la muerte de Rabin “fue el asesinato más exitoso de la historia” porque mediante ese hecho Netanyahu y la ultraderecha israelí, se hicieron con el poder y, como señala el Secretario General de la ONU, António Guterres, “El ataque actual de Hamás no surgió de la nada. El pueblo palestino ha estado sometido a una ocupación asfixiante durante 56 años. Vieron cómo sus tierras se llenaban gradualmente de asentamientos, fueron sometidos a la violencia, sus economías fueron sofocadas, la gente fue desplazada, sus hogares fueron demolidos”.
En la Universidad tuve un compañero y gran amigo judío, Alejandro Dorna, que dedicó su vida a estudiar el holocausto judío y los estragos emocionales en los sobrevivientes. Se radicó en Francia, y creo que gracias a Alejandro, pude conocer con profundidad esa tragedia. Hoy, observando estremecido las barbaridades indiscriminadas del Gobierno de Israel en la zona de Gaza donde han asesinado más de tres mil niños, ocho mil civiles, y la destrucción brutal de sus hogares, vuelvo a cuestionar la condición humana: las víctimas del holocausto de ayer son los victimarios de hoy actuando con la misma crueldad. El fanatismo, mezclado con intereses geopolíticos, invariablemente saca a flote lo peor del ser humano.