Uno de los delitos más frecuentes en el departamento es la extorsión. Hostetler definió al extorsionador como un “parásito humano” que se alimenta y vive a costa del patrimonio de otros, utilizando para su mantenimiento la intimidación, la violencia y el terrorismo.

Esta columna surge de una investigación que estamos desarrollando en la Universidad del Norte, sobre cuidado infantil en mil familias de los municipios de Repelón, Luruaco, Manatí y Santa Lucía, donde usamos los mensajes de texto para reforzar los aprendizajes de los cuidadores de niños.

Esta herramienta, que ha sido muy útil en el mundo para prevenir el VIH y otras enfermedades, no nos resultó como esperábamos, pues muchas madres no abrían los mensajes por temor a que fuera una extorsión.

Este problema generalizado, que intimida hasta a las personas que viven en condiciones precarias, es una forma de agresión instrumental, que te hace sentir vulnerable, te hace vivir en un estado general de alerta, un continuo sufrimiento y ansiedad ante la posibilidad de represalias.

Las organizaciones criminales siempre van un paso adelante de los organismos de control. El teléfono celular o el computador que tantos beneficios ha generado, hoy son las herramientas que usa la criminalidad para amenazar tu seguridad incluyendo la “sextorsión” y el secuestro virtual.

El 90% de las llamadas de extorsión en el mundo se hacen desde las cárceles, y si consideramos las debilidades del sistema carcelario del país, podemos entender por qué las personas sienten temor de responder una llamada de un número desconocido o abrir un mensaje de texto.

Una de las características de la extorsión es la intimidación, como el anuncio de un mal inmediato, grave y posible que genera en la víctima miedo, angustia o desasosiego ante la posibilidad de un daño real o imaginario.

Los estudios sobre el tema plantean que la extorsión se inicia con la selección de la víctima. El perpetrador hace uso de los medios como redes sociales, internet, celulares, buscando “el pez que pica el anzuelo”; pero también puede ser hecho mediante presencia física donde se intimida o engaña, haciéndose pasar —por ejemplo— como inspectores de la DIAN. Después viene la negociación donde el victimario da instrucciones y hace exigencias a la víctima, que casi siempre queda en shock y cede a las pretensiones.

Esta semana el noticiero Caracol daba la cifra oficial que de cada cien personas detenidas por algún delito, ochenta y cinco salían en libertad. Con esas estadísticas, pareciera que en el país el negocio más rentable y con menos riesgo es el crimen.