El discurso oficial dice que estamos construyendo un nuevo orden social basado en el conocimiento. Gracias a la racionalidad científica, vivimos veinte años más que hace un siglo, y estamos rodeados de objetos que nos dan mayor calidad de vida: desde un complejo avión que nos transporta a gran velocidad hasta una simple máquina peladora de papas.
A pesar del avance impresionante de la ciencia, nuestra vida cotidiana se ha llenado de charlatanes y fanáticos, como es el caso de la política, donde ya de nada sirven las evidencias, sino que prima el deseo de los individuos de salirse con la suya y actuar como el sabelotodo, donde el gobierno de turno es bueno o malo si coincide con sus egoístas intereses.
La gente hoy no se organiza en partidos políticos donde existían ideas que cohesionaban a las personas. Actualmente se organizan en tribus o sectas políticas, y cada tribu asume una autoridad moral donde si no perteneces a ella, eres un indeseable.
El psicólogo Steve Pinker, en su libro “La racionalidad”, se pregunta si estamos perdiendo la cabeza; y pone de ejemplo el fenómeno de Donald Trump, quien en su gobierno dijo aproximadamente 30 mil mentiras cuya tribu de incondicionales —que son más del 40% de los electores norteamericanos— aceptaron como una verdad absoluta.
Dentro de las noticias falsas, una de sus víctimas fue Hilary Clinton, de quien —entre otras cosas— se dijo que tenía una aventura amorosa con Yoko Ono, o que la senadora Clinton dirigía una red de pedofilia desde el sótano de una pizzería de Washington. Un ciudadano irrumpió en dicha pizzería empuñando un arma en un intento heroico de rescatar a los supuestos menores. Durante la pandemia del covid-19, anunció que este desaparecería como un milagro, llamó a hacer negación de las medidas sanitarias, y que el covid se curaba inyectándose lejía.
Desafortunadamente la polarización avanza en el mundo democrático. La gente no busca evidencias: el secreto del éxito para ser creíble es construir un relato perverso, que envenene la convivencia, que tenga que ver con temor, infidelidades, venganza, crímenes, chuzadas de teléfonos, algo que invada la vida privada de las personas que se quieran dañar, “una fuente me contó…” e infortunadamente las redes sociales y algunos medios de comunicación permiten que estos rumores se propaguen a redes de personas que no tienen ningún interés en comprobar si la información es verdadera o falsa.
Para nuestro mal, la política dejó de ser el mundo de las ideas. Ahora más que nunca la célebre frase atribuida a Bacon es la triste realidad: “Calumnia, calumnia, que algo queda”.