Luis Guillermo Echeverry, a quienes sus amigos llaman con el ridículo apelativo de “Luigi”, es un uribista de esos que no ven sino por los ojos de su adalid. Se le encomendaron tareas muy importantes en la campaña que llevó a la presidencia a Iván Duque, y ahora dirige la Asociación Primero Colombia, una organización cuyos fines son, por decir lo menos, confusos.
Este hombre que entra a cualquier hora a la Casa de Nariño para hablarle en voz baja al presidente, afirmó hace unos días que los líderes sociales son asesinados en Colombia por estar metidos en negocios relacionados con el narcotráfico.
Así, con la seguridad de los sabios, el oscuro hombrecillo -uno más de los hombrecillos oscuros que rodean al imputado senador- se sumó a los voceros de la derecha que propagan los argumentos negacionistas acerca de una de nuestras tragedias más vergonzosas.
El exterminio sistemático de cientos de inocentes inermes que decidieron arriesgarlo todo para trabajar por los derechos de sus comunidades es una realidad incontrovertible que cada día se torna más grave. Pero, a pesar de la contundencia de los hechos -gente muerta, gente amenazada, gente desplazada-, la derecha en el poder persiste en decir que aquí no pasa nada.
Este modus operandi es una estrategia que busca restarle importancia a los múltiples problemas que nos corroen: aquí no hay conflicto, aquí no hay corrupción, aquí nadie se ha robado un peso, aquí no hay pobreza, aquí no hay nepotismo, aquí no hay desigualdad, aquí no hay dependencia de un petróleo que no existe, aquí no hay riesgo de fumigar con veneno, aquí no hay sino asuntos menores que se resuelven rapidito con un par de plumazos de algún ministro o de una plenaria, aquí no hay asunto menor que no se resuelva a punta de plomo.
Esta sistematicidad en negar lo innegable, que se parece mucho al método de los exterminadores de líderes sociales, se asume con naturalidad ante los ojos de una ciudadanía ignorante y desinteresada, y también en las narices de un sector político que pregona sus intenciones de cambio pero que a la hora de la verdad se queda en el mero diagnóstico, temeroso del precio que implica cambiar de verdad.
“Luigi” no está solo. Como él hay millones en este país de negadores de la barbarie. Algunos, los más ingenuos, están convencidos de que en verdad no pasa nada importante que no sea el hueco en la calle o el trancón en la autopista; otros, los más perversos, como “Luigi”, saben la dimensión de sus mentiras, pero continúan usándolas como herramienta fundamental en su carrera por proteger los intereses de unos pocos privilegiados -nuevos y antiguos- a quienes les conviene seguir pescando en el río revuelto de nuestras desgracias.
Escuchar a este consejero del gobierno hablar con la indolencia de los miserables, no es una sorpresa, ni más faltaba, pero sí dan ganas de decirle un par de cosas para que escarmiente, para que se avergüence, para que se sienta poca cosa, por ejemplo: “Luis Guillermo, de ahora en adelante te vamos a llamar “Luigi”.
@desdeelfrio
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