Este año se conmemoran el centenario de la muerte de Joseph Conrad y el de la publicación de La Vorágine de José Eustasio Rivera. El final de un escritor y la salida a la luz de una novela. Dos momentos que remiten al trayecto de la vida que es viajar. De la prolífica obra de Conrad se puede decir que es una travesía por los mares del mundo. Navegante en lo real y en lo simbólico, Conrad relata en sus novelas Nostromo y El corazón de las tinieblas, por mencionar apenas dos, su experiencia de navegaciones sin que sean transposiciones exactas de su vida errante por los mares. En La Vorágine, la selva de los caucheros amazónicos no es tampoco la copia de la vida del funcionario de gobierno que fue Rivera, a quien se le encomendó la misión de viajar al corazón de la selva para informar al ministerio de las condiciones en que convivían los colonos y sus explotados trabajadores en las regiones fronterizas colombianas donde la violencia era la ley. Y lo es hasta ahora cuando no termina. Arturo Cova, el personaje principal, recorre la manigua inhóspita de ese suroriente colombiano, que no sabemos cómo es realmente según los mapas oficiales o si es exageración de las cartografías que rebasan nuestra comprensión endeble de un país enorme.

El protagonista de El corazón de las tinieblas se interna en las selvas del Congo belga donde reina el horror, -¡el horror! se repite al final del relato-. Encuentra la tiranía de un traficante de marfil que misteriosa y disparatadamente es adorado por los nativos que lo tienen por un dios. Marlow va en busca del traficante Kurtz, remontando ríos inconcebibles para un europeo. La imagen de Kurtz se agranda como la violencia misma hasta que el mito de su ser invulnerable se desmorona bajo la enfermedad. Lo recogen en un barco para sacarlo de la jungla sin que llegue a salir porque muere. Sus restos quedan sepultados en la maleza. Por su parte, el Arturo Cova de La Vorágine busca cómo huir de la violencia selvática. Como una paradoja, acaba refugiándose en ella con su esposa y su pequeño hijo. La novela termina comunicándole al señor ministro que a Arturo Cova y su familia los devoró la selva.

La oscuridad y la selva son comunes a la novela del colombiano Rivera y del anglo-polaco Conrad. Ambas son el lazo de unión entre dos escritores que no se conocieron en las lejanías, la del Amazonas y la del Congo. Pero las distancias y las épocas se rompen con la lectura de sus novelas. Solo hace falta que en el indiferente universo, el libro dé con un lector destinado a comprender sus símbolos y a imaginarlos como propios, dijo Borges.