Un día de agosto de 1987, en medio de cuadros de Alejandro Obregón, Enrique Grau y otros pintores del Caribe colombiano colgados en la Sala de Arte de la Universidad del Norte, un grupo de amantes de la historia iniciamos un viaje por la historia universal. Empezamos con los pensadores de la filosofía. Al poco tiempo decidimos sobrepasar ese limitado marco para dar un salto a la historia de las civilizaciones, título con el que se distingue el curso hasta ahora.
Hemos recorrido la historia de las civilizaciones antiguas, medievales y modernas del Mediterráneo. Grecia con Heródoto, Roma con los reyes etruscos y sus emperadores, -de la mano de Virgilio y Tito Livio-, y su decadencia, si es que la hubo. Del fascinante Renacimiento italiano con Leonardo da Vinci y Miguel Ángel. Y la música, y el surgimiento del arte barroco. También, cómo no, del cristianismo con Pablo de Tarso hablando en Atenas del dios desconocido. Del Vaticano y sus catacumbas, de los papas, tan santos unos como mundanos otros, digamos Alejandro VI y sus hijos, la bella Lucrecia, el sanguinario César. Transitamos por la península ibérica de nuestros ancestros, la Galia de Julio César, la Alemania de Germánico, la de Bach y Beethoven, para mencionar los más encumbrados, y estudiar con horror el nazismo hitleriano -redivivo en tendencias políticas de actualidad-. Atravesamos el océano Atlántico, redescubrimos a América, navegando por el Caribe con Colón y Vespucci, siguiéndoles los pasos a Pizarro y Hernán Cortés, revalorando las culturas incas, mayas, aztecas, plasmadas en los murales de Rivera y Siqueiros. Frida Kahlo en sus pinturas desgarradoras. Y comprender otra vez a Bolívar, en el amor y en la guerra. Nos detuvimos en la Revolución francesa y su legado universal. Y, claro, en Napoleón, salvador y dictador, -¿los caudillos sudamericanos?-, que inspira aún películas, la más reciente de Ridley Scott. Imposible resumir siquiera un capítulo. Sería interminable citar héroes y pueblos, pinturas y música, poemas y novelas que hay que leer, que otros fingen haber leído.
Lo que importa ahora es festejar los 37 años ininterrumpidos, una historia increíble en su género, desde la primera clase hasta la más reciente de junio pasado, todos los martes, en 16 sesiones de cada semestre. Nos asentamos en el histórico barrio el Prado, en la moderna sede de la Universidad Simón Bolívar. Al grupo de estudiantes del origen, se han sumado otros fieles seguidores, y los que vendrán el 30 de julio próximo. Todos tienen motivos de sobra para celebrar que el curso los une, que la historia continúa.