Según noticias recientes, Suecia canceló su plan de educación digital. Redirigió esos fondos a la distribución de libros entre los alumnos: uno por materia para cada estudiante. La ministra de educación sueca dijo que esa reorientación de los recursos forma parte del regreso de la lectura en la escuela en lugar de invertir más en tiempo de pantalla.
La medida ha causado polémica. Hay opiniones a favor y otras en contra. Sin tener que ver con la medida del gobierno sueco, el investigador en neurociencias, el francés Michel Desmurget, publicó hace unos dos años un libro titulado La fábrica de cretinos digitales. Un título provocador, probablemente insultante. Considera que el abuso actual de pantallas de televisión, videojuegos, redes sociales, smartphones por parte de los niños es un problema de salud pública. Lo dice con autoridad porque ha dedicado sus investigaciones a estudiar el daño que el abuso de las pantallas produce en el cerebro de los más pequeños. No dice que es por el uso, no es tecnofobia, sino que es el abuso. Según sus estudios, -cita también los de la Universidad de Stanford-, asegura que los niños pierden la habilidad para pensar el mundo, para procesar información, para concentrarse en algo. Lo que han ganado, si eso es ganancia como seres humanos, es que saben utilizar teléfonos, instagram, tomarse fotos, comprar cosas por internet, es decir, ser plenos consumidores. No son todos los niños, añade, sino aquellos con quienes los padres son permisivos y dejan que sus pequeños pasen horas ante las pantallas. Hay diferencias entre mirar pantallas y leer un libro. Si el niño, además hace dibujos, interactúa con sus padres, con su familia, sus amigos, hace deportes, oye música, descansa y duerme bien, desarrolla mejor su capacidad cognitiva. Es importante señalar cuándo es aceptable que un infante empiece a manejar una pantalla. Desmurget dice que, antes de los cinco años, lo óptimo sería cero. Después de los seis años estar con las pantallas durante media hora al día no causa mayor impacto. Una hora como máximo podría aceptarse, remata. Porque al superar esos límites se ven los efectos perniciosos en el desarrollo del lenguaje, en la atención, en el rendimiento académico, en la memoria, el sueño.
Desmurget esgrime el principio de que superar esos límites que él pregona, supone que los padres y educadores tengamos claro que la educación consiste en formar a los seres para ser más humanos. Las medidas más recientes tomadas en Suecia para favorecer la lectura confirman que el investigador francés no se quedó solo en el desierto.