El pasado martes a las 5:50 pm, Adela y yo tuvimos, sin preverlo, nuestra última conversación antes de empezar la clase de Historia. Desde hace más de 35 años se sentaba en la primera fila, ritual que cumplió desde entonces. Siempre cruzábamos algunas palabras, unas veces en serio, otras en broma. Le dije que íbamos a ver la pintura de Goya de 1800. Se veía feliz. Iniciada la clase, analicé los cuadros de Goya, La maja desnuda y La maja vestida. Sobre la desnuda dije que era una obra artística, que había que apreciar como tal, sin juzgarla con criterios moralistas. Adela me guiñó el ojo en señal de aprobación. Me sentí apoyado.
No podía ser de otra manera. Adela Renowitzky llevaba el arte en su alma. Era una pintora. Había mostrado sus creaciones en diversas salas de exposiciones fuera del país y otras muchas aquí en Barranquilla. La mirada que tuve sobre sus cuadros no fue complaciente. Se había salido de los moldes de la pintura que adorna interiores de las casas. Les dio a sus cuadros una perspectiva que a mi modo de ver es legado del impresionismo. A su manera, plasmando su sentir artístico.
Hace poco, a comienzos de mayo, le pregunté en el Chat del Grupo de dónde provenía su apellido. “De Prusia”, me contestó de inmediato. Le comenté que yo pensaba que el origen era también judío. Se nos quedó pendiente esa discusión. Me gustaba mucho su afición a la lectura. Otra vez la vi llevando en la mano el libro Napoleón de André Maurois.
“Es el libro que nos recomendaste al grupo de lectura que coordino”, me dijo. Yo conocía ya su interés por leer. Comentando mi columna sobre el libro El acontecimiento de la francesa Annie Ernaux, acerca de la experiencia del aborto, me escribió: “difícil estar en semejante situación…y tener que tomar una decisión con las consecuencias para toda una vida”.
Sentí que era la mujer y la madre la que me hablaba así. Con honestidad, sin sesgos. Me insistió a renglón seguido que estaba a la espera de mis recomendaciones de lectura para el grupo. Le sugerí el libro de Ernaux, motivo de mi columna, y La mancha humana de Philipe Roth. Era una lectora fuera de serie. Una persona intelectualmente inquieta, no me cabe la menor duda.
Por esa razón no me sentía extraño todas las veces que conversábamos sobre sus lecturas y las mías. Nos sentíamos cercanos, sin suposiciones arbitrarias. Cuando supe la mañana del jueves que había fallecido de muerte repentina, di gracias a la vida por permitirle ese final. Sin sufrimiento. Adiós, Adela.