La reciente masacre en la Escuela Primaria Robb de Uvalde en Texas, en la cual murieron 21 personas, -19 niños y 2 profesoras-, además de la abuela a la que el joven de 18 años Salvador Ramos, que portaba los fusiles AR 15, le disparó en la cara antes de llegar a la escuela Robb, provocó una enorme consternación en el pueblo y en los Estados Unidos. Desde 1966 ha habido 13 tiroteos de ese tipo en escuelas del país norteamericano, siendo el de 1998 en la escuela Westside de Jonesboro, Arkansas, y el de Columbine en Colorado,1999, con 12 estudiantes y un profesor masacrados por dos pistoleros, los de mayor mortandad antes del de Uvalde.
En términos de violencia, el impacto que ella produce no se vuelve costumbre por más que la cuenta de los tiroteos y número de muertos pareciera ya noticia de una frecuencia estremecedora. Nunca será habitual la matanza de seres humanos; estaríamos perdidos. Aquí en Colombia, donde las masacres han sido tantas y frecuentes durante los más de cincuenta años de violencia, las noticias que informan sobre esas matanzas dan la impresión de dejar indiferente a la gente. Pero no es cierto: lo que hay es temor a reaccionar públicamente por miedo a convertirse en blanco de asesinos que también buscan callar a la población.
El caso de Uvalde es aterrador. El joven Salvador Ramos con apenas 18 años adquirió los dos fusiles en una tienda cualquiera sin ningún impedimento, como quien compra dos potes de leche. Para colmo de males, la Asociación Nacional del Rifle, que se lucra de la venta libre de armas tanto para la defensa personal como para fines recreativos, ha propuesto estrategias consistentes en armar al personal de seguridad y a los profesores dentro de los centros educativos para enfrentar el fuego armado con más armas, dada la recurrente situación de inseguridad y violencia que se vive en muchas escuelas estadounidenses. La presión sobre las autoridades, incluyendo al presidente Biden, –que piensa lo contrario-, para que la venta de armas siga siendo libre es abrumadora.
Conocí la experiencia de los Community Colleges en un viaje que hice precisamente por Texas hace unos años, y efectivamente me pareció que daban respuestas concretas a las necesidades de aprendizaje de los niños y jóvenes en un entorno familiar en pequeñas localidades como es precisamente Uvalde. Pero algunos investigadores como Peter Langman concluyen de sus estudios sobre las masacres escolares que a pesar de la tendencia a pensar que la violencia se asocia con las ciudades grandes, los hechos demuestran que el tipo de violencia escolar se ha dado en ciudades pequeñas de los Estados Unidos.
El presidente de la Asociación del Rifle ha dicho recientemente que la única forma de garantizar poder detener a un estudiante que busca asesinar a otros por medio de un arma es armando a los demás estudiantes, ya que un chico bueno con un arma podría detener a un chico malo armado. ¡Vaya distinción entre lo bueno y lo malo! Las escuelas se volverían campos armados y dejarían de ser centros apacibles de estudio y formación.