A diferencia del campeón del torneo anterior, Junior, que básicamente estuvo impulsado por la inspiración y un goleador iluminado, Carlos Bacca, los dos finalistas de este semestre, Santa Fe y Bucaramanga, son dos equipos en los que imperan la disciplina y el gregarismo, que se transforman en los rasgos más sobresalientes de su personalidad futbolística.

Son dos equipos muy similares, de tracción trasera y ejemplos de regularidad. El punto de partida de ambos es una sólida e innegociable actitud defensiva. Bucaramanga fue el que menos goles encajó en todo el torneo y a Santa Fe solo le anotaron un gol en el cuadrangular.

Pero esta fortaleza no está explicada solo porque ambos juegan con una defensa con tres centrales, sino por el compromiso de todos para involucrarse de forma intensa en esa fase. Los dos no se sienten obligados a desarrollar sus ataques con esmerada y pulida elaboración sino con rápidas resoluciones acompañadas de potencia física, agudeza y pragmatismo.

En esta fase la diferencia estriba en que Bucaramanga cuenta con el recurso individual de la habilidad de Sambueza, y Santa fe, con la presencia más cercana, y más continua, de sus tres mediocampistas a la zona de definición. El soporte físico ha sido fundamental, la energía que despliegan durante todo el partido no deja dudas de su excelente preparación.

Dos equipos solidarios y prácticos. Dos equipos tal vez bastante menos exquisitos que otros, pero imbatibles en sus defensas, responsables con el orden y directos, sin florituras, en el ataque. Al nuevo campeón, con el paso de los años, seguramente no lo vamos a recordar por su virtuosismo, pero sin dudas lo elogiaremos por su espíritu competitivo, su innegociable esfuerzo, su constancia y su ejemplo de superación.