Otra vez, como en los últimos años, ha sido muy pobre en resultados la participación de los equipos colombianos en la Libertadores y la Sudamericana. Ninguno de los seis que compitieron en los dos eventos lograron proseguir a los octavos de final.

La competencia internacional, otra vez, desnudó debilidades futbolísticas y mentales de los futbolistas y equipos de la Liga local. A veces fueron superados por mayor vigor físico de los rivales, otras por dinámica y capacidad de lucha y, la mayoría de las veces, por espíritu competitivo y concentración y aplicación táctica más constante.

Sus rivales no todas las veces necesitaron demostrar una supremacía técnica, una relación virtuosa, superior con el balón para doblegarlos. En ese aspecto, a Junior, Nacional, América y hasta Equidad los vi en varios partidos imponiéndose. Sobre todo a Junior que, a mi juicio, tuvo un buen talante futbolístico ante River y Fluminense, a los que por largos trayectos de sus enfrentamientos dominó y superó. Patrimonio dilapidado con el infeliz desenlace ante Santa fe, el rival más débil.

Pero más allá del caso particular de Junior, y después de las lamentaciones, críticas y descalificaciones que suelen regodearse en momentos de tan magros resultados, me parece que es hora de que los actores principales del fútbol colombiano, que no son otros que los dueños, los dirigentes, los técnicos y los jugadores, tengan la suficiente y necesaria autocrítica, para evaluar y revisar qué es lo que se tiene y qué es lo que está faltando para saber competir.

Confío en que ellos no se crean la tontería de que la liga colombiana es la cuarta, la quinta o la octava del mundo y sean víctimas de la autocomplacencia. Y espero que exista un verdadero proyecto a favor del crecimiento de la calidad competitiva de los equipos y no únicamente para ser una alacena de esporádicos y dispersos traspasos de futbolistas a equipos del exterior.

Seguramente no será una tarea fácil, pero tendrán que abordar los temas que parecen importantes, como mejorar las menguadas economías, el éxodo de jugadores, los sistemas de campeonato proclives a la cantidad y no a la calidad; las canchas, el arbitraje, las divisiones menores; la revisión, modernización o fortalecimiento de las metodologías por parte de los entrenadores, la disciplina y compromiso de los futbolistas, entre otras.

Con toda seguridad hay más, quizá más importantes, pero estas apenas son las que, modestamente, a mí se me ocurren.