La presunción de inocencia cada vez pierde más valor en la opinión pública. La opinión pública es feliz condenando sin juicio, presumiendo y afirmando sin sustento que una persona desfalcó al Estado, que compró mercados 40 o 50 por ciento por encima del precio, que está contratando sin requisitos, que por qué contrató al hermano o al primo de Juan o de María.
Opinión pública que es feliz celebrando que las personas estén detenidas en condiciones infrahumanas, que juega con la honra de tantos y tantas, que fiscaliza sin saber siquiera como es el modelo de contratación en urgencia manifiesta.
Esa presunción de inocencia no solo es dentro del marco penal, es en la vida. Cómo nos equivocamos todos confundiendo los escenarios y no permitimos la libre opinión. Por ejemplo, las personas no ven una serie basada en un General de la Policía porque perteneció a un gobierno, sin siquiera observar la calidad de la producción, o atacan a su protagonista porque como persona opina en una dirección política y no en otra, y no basan sus comentarios en la calidad de su actuación, esto mismo sucede con las críticas a cantantes y columnistas.
Todo se prejuzga sin entrar a mirar el contexto real. A los penalistas ahora se nos dice que adoctrinamos o que somos una banda, confundiendo el gremio con cada uno de sus integrantes, integrantes que en muchos casos somos contrapartes y nos damos con todo cuando litigamos para ganar nuestros procesos, no obstante hemos unido fuerzas para la defensa de la profesión, como debe ser. La rabia nace en que somos visibles, nos hacemos oír, nos respetamos, tratamos de abrir espacios de opinión que antes eran impensables.
Igual sucede con muchos opinadores de distintas profesiones, pero especialmente exfuncionarios públicos que durante su permanencia en el cargo persiguieron, chuzaron, violaron garantías y ahora posan de víctimas porque se les critica su repentino y oportunista cambio de parecer. Es absolutamente válido que una persona cambie de parecer, lo que es difícil de entender es que lo quieran hacer como si nada hubiera pasado antes, sin hacer un mea culpa, un proceso de reivindicación de las garantías, como si su sentido humanista se hubiera recuperado por obra y gracia del Espíritu Santo.
Los periodistas investigadores están en todo su derecho de hacer lo que saben: denunciar, lo que no pueden pretender es que por sus investigaciones (unas serias, otras no) se condene a alguien de inmediato o que pretendan que las pruebas obtenidas sin apego a la ley o con falencias sean validadas, es decir, deben entender que su labor es necesaria, pero no es la última palabra.
Debemos entender que la presunción de inocencia y la buena fe son la base de una sociedad justa de un estado democrático de derecho, pero eso solo pasará cuando evolucionemos y dejemos de pensar como la Roma Imperial en donde al pueblo se le satisfacía cuando el león se comía al esclavo, cuando se condenaba sin juicio justo, cuando las delaciones mentirosas servían para darle de comer a la gente sedienta de castigos y venganzas.
Cuando seamos todos defensores de las garantías y justos en el castigo, seremos una mejor sociedad.
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