Hace poco despedimos al Jilguero de América, aquel que antes que nada amaba a Nancy y consentía a sus hijos, aquel que hacía poner los pelos de punta a quien lo visitaba y caía en la tentación de que el maestro lo llevara al aeropuerto porque se corría el riesgo siempre de perder el vuelo, aquel que tenía un gusto especial por el aguacate, tanto así que poco o nada le importaba llevarlo debajo del brazo a donde iba a comer por si acaso allí no había.
Se trata del único y gran maestro Jorge Oñate, el cantante con el que Diomedes, Poncho y Villazón se hacían bromas pesadas, la última de Poncho a Oñate fue una profecía que resultó en realidad, ya que el Jilguero fue el siguiente en morir, pero solo se fue su cuerpo porque su voz seguirá por muchos años más.
Oñate será recordado por darle protagonismo a los cantantes y la lírica vallenata, colocándolos al mismo nivel de los acordeoneros, hazaña ocurrida en el quinto Festival de la Leyenda Vallenata.
Durante la semana que termina nos dejó otra figura de la música, Evaristo Mendoza Carvajal, el último de los grandes gaiteros, el más longevo (murió a los 100 años), el indígena que puso a los Mokaná en el mapa del mundo y el sonido de las gaitas a la altura del acordeón, él llevó al reconocimiento de la música de gaita colombiana a todas partes del mundo.
Atlántico, para los que no lo sepan, tiene profundas raíces indígenas, sus antepasados se ubican en un pueblo trabajador de la tierra, culturalmente muy rico y su importancia, la del Carnaval de Tubará (más antiguo que el de Barranquilla por mucho), es el uso de la gaita.
En palabras de la investigadora Luisa Palmesano, la gaita es un instrumento de resistencia, de legado indígena. Es el único instrumento totalmente indígena y 100% caribe. Muchos de nuestra generación tenemos presente la gaita también por las interpretaciones de Mayte Montero acompañando las canciones de Carlos Vives.
Ojalá los homenajes al gaitero Mendoza sean innumerables en muchas partes de Colombia y el mundo, y que su gaita siga manteniendo el recuerdo de un pueblo cuyas raíces son indígenas, que el legado continúe remontándonos a las antiguas comunidades que las usaban para sus ritos, celebraciones, festejos, ceremonias ancestrales y reuniones.
Ojalá se mantenga la memoria de quienes crearon diversas melodías que representan a una región de nuestro país, se resalte el papel de nuestros músicos, nuestras raíces, nuestros sonidos, se reconozca y se hagan homenajes en nuestros festivales y carnavales futuros, porque así es como se mantiene viva nuestra identidad, así es como podemos aceptar nuestra historia, mantener presentes a nuestros muertos.
Al recordar a quienes se han ido y su legado, en este caso musical, podemos encontrar puntos en común, puntos que de alguna manera son necesarios en un país tan dividido.
Que viva Oñate y su legado, que Viva Mendoza y su gaita. Que viva la música colombiana.