Gracias a la pandemia de Covid-19, se ha venido revelando de manera dramática la incapacidad en los estados para abordar calamidades de tal escala. Muchos ejemplos de corrupción, negligencia y mala gestión han catalizado a una crisis que sin duda le dará forma a la relación entre generaciones actuales y futuras con los gobiernos. El riesgo de erosión democrática ha aumentado en un momento en que las democracias liberales ya enfrentan múltiples desafíos internos y externos, a la misma vez que libertades globales han estado en declive durante la última década y media.
Hemos visto cómo la pandemia ha puesto al descubierto el déficit en la capacidad de salud pública de los gobiernos de América Latina. La región se ha convertido en el centro de la pandemia, con Panamá, Perú, Bolivia, Brasil, México y Colombia registrando hoy en día el mayor número de muertes diarias per cápita. Ajustando por población, los países más afectados por la pandemia a través de su marcha ascendente por el mundo, han sido Perú y Ecuador. Tristemente, las cifras reales son ciertamente más altas, ya que los niveles de pruebas son bajos o inexistentes en áreas remotas de la región.
La democracia, cada vez más impopular en nuestros países está pagando el precio. Al 2018, solo el 19% de las personas en América del Sur tropical estaban satisfechas con la democracia, el número más bajo desde que una empresa de encuestas regionales, Latinobarómetro, comenzó a hacer esa pregunta hace más de 20 años. En Brasil, fue solo el 9%. Aprovechando esta ventana de oportunidad creada por las condiciones de emergencia causadas por la pandemia, líderes en la región han intensificado la erosión de las normas democráticas.
Se pueden ver paralelos entre la creciente distorsión de las democracias y la falta de una acción climática efectiva. De muchas formas, estos problemas están emparejados. El nihilismo, el cinismo y la complacencia, combinados con la exclusión sistémica, se han convertido en temas claves tanto en la crisis de la democracia como en la crisis climática que enfrentamos.
En consecuencia, muchos de los mismos principios para restaurar la confianza y la vitalidad en la democracia pueden aplicarse a la acción climática y los esfuerzos para restaurar la naturaleza. Cualquier aumento en la deforestación debería ser contrarrestado con tres veces más reforestación. Se debe promover un profundo sentido de cuidado, responsabilidad y curiosidad por los sistemas socio-ecológicos. Se debe fomentar un compromiso cívico y ambiental, cruciales para la protección de la democracia. En definitiva, si queremos evitar los peores impactos que surgen de la inminente crisis climática y el colapso de la democracia, se deben abordar ambas temáticas relacionadas de manera concertada.
@isidorohazbun