Leo una noticia nada insólita en este mundo de espionaje y saturación de redes sociales sobre más de 800 parejas grabadas en video, sin su consentimiento, mientras mantenían relaciones sexuales en moteles de Seúl. De remate algunas de las íntimas imágenes eran transmitidas en vivo por internet a un costo de hasta 45 dólares por suscriptor.

Un negocio ilegal y redondo en el que los actores no recibían ningún honorario porque no sabían que estaban siendo grabados y emitidos en todo su esplendor. Se trató de una operación comparada con las que ejecutan los espías, solo conocida por nosotros en el cine. Para poder ver a las parejas fueron instaladas en los televisores de las habitaciones minúsculas cámaras con un objetivo de un milímetro de diámetro.

Y recuerdo enseguida que hace un tiempo, por recomendación de Édgar Ramírez, gran consejero en materia de buenos libros, adquirí El Motel del Voyeur, del extraordinario escritor y periodista Gay Talese, uno de los padres del nuevo Periodismo, y comencé a leerlo con fruición, como se hace con todo lo que ha producido ese autor de magnificas obras de no ficción.

Luego, a mitad de camino, un par de amigos se encargaron de aguarme la fiesta de la apasionante y morbosa lectura, contándome que el libro era objeto de una polémica. Se presumía –afirmaban ellos y también Google– la falsedad de la historia, vendida como de la vida real.

El Motel del Voyeur narra la doble vida de Gerald Foos, un norteamericano obsesionado con la observación de la actividad sexual de la gente. Para hacerlo con precisión y comodidad, adquirió con su esposa, en Colorado, un motel de 21 habitaciones, las cuales adecuó de manera que podía ver lo que ocurría en el interior, sin ser visto.

Foos le contó a Talese que llevaba en un cuaderno un pormenorizado recuento de lo que observaba, de tal forma que desde 1966, cuando comenzó con “su ejercicio” voyerista, había logrado establecer los cambios en los comportamientos sexuales de los gringos en más de tres décadas.

Fue así, después de años de continuas e intensas comunicaciones y cartas, como el escritor ítalo norteamericano accedió a visitarlo en Colorado y comprobar que el motel existía, que tenía rejillas escondidas para poder husmear la vida sexual de otros y que había un cuaderno con notas de cómo eran los encuentros sexuales de miles de parejas heterosexuales y homosexuales; viejas y jóvenes, blancas y negras.

Sin duda Foos sufría de voyerismo, que es mirar para excitarse. Este a su vez es una forma de parafilia, la cual es un comportamiento sexual en el que el placer se haya en actividades, objetos o situaciones muy particulares. Pero lo ocurrido en Seúl no tiene parangón porque las llamadas ‘molkas’ o cámaras espía instaladas para grabar mujeres en espacios públicos y privados, han invadido casi todo en ese país, ahora en moteles. El caso, por lo visto más de la vida real que el del presuntamente engañado Gay Talese, supera lo que cualquier escritor de ficción habría fantaseado.

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