El reciente apagón masivo en Europa, que dejó a millones sin energía durante varias horas, fue una alarma sobre las consecuencias de una transición energética mal gestionada. En países como España, donde las energías renovables representan más de la mitad de la generación eléctrica, el colapso fue una alerta; el exceso de energía solar y eólica, sumado a una red sin la capacidad para manejar tantos picos, desestabilizó todo. Las plantas térmicas y nucleares, que normalmente sirven como respaldo, no estaban disponibles, y la red tuvo que enfrentar además la sobrecarga de miles de pequeños productores solares que, a pesar de su buena intención, volvieron más frágil el sistema. El resultado: un corte masivo que demostró que no basta con generar energía limpia, hay que saber administrarla.

Mientras tanto, en Colombia, especialmente en la costa Caribe, los apagones no son noticia, son paisaje. No necesitamos una tormenta solar ni un desbalance europeo para quedarnos sin luz, suficiente con que caiga un aguacero o simplemente que sea mediodía. En Barranquilla, Cartagena o Santa Marta, los cortes son tan del día a día como el calor. Y lo más preocupante es que el Estado parece resignado a normalizar el problema, como si fuera parte del folclor costeño.

El Gobierno, gran defensor y predicador de la transición energética, a estas alturas no ha mostrado avances concretos hacia ese camino, pero si ha sido uno de los principales saboteadores de los recursos que hoy sostienen el sistema. Decidió no firmar nuevos contratos de exploración de gas ni petróleo, ignorando que nuestras reservas apenas cubren siete años de demanda.

Proyectos clave como Gorgon-2 están paralizados, y empresas como Shell abandonaron sus alianzas estratégicas por falta de garantías. Además, las plantas térmicas, que han sido literales salvavidas en temporadas de sequía, enfrentan un entorno cada vez más hostil, sin incentivos y con todas las trabas a su operación. Para rematar, la intervención de Air-e terminó en un acto de auto boicot: la misma agente interventora nombrada por Superservicios, concluyó que, si la empresa no recibe recursos del Gobierno, ya no podrá sostenerse. Ni gas, ni carbón, ni red, ni gestión.

Lo irónico es que, mientras España revisa su modelo para evitar un nuevo colapso, aquí seguimos fingiendo que el sistema puede sostenerse con buenas intenciones. Allá entendieron que las renovables, aunque necesarias, no pueden ir solas; requieren redes modernas, plantas de respaldo y un sistema mejor organizado. Esa es la verdadera lección: la transición energética debe combinar lo renovable con lo confiable. En Colombia, ojalá dejen la ceguera de una política energética que, en vez de garantizar la seguridad del sistema, insiste en jugar con fuego y dejarnos a oscuras comprando velas.

@miguelvergarac